martes, 31 de julio de 2007
Extropía 1.0: El Intruso (Homenaje a Philip K Dick)
Por
Jesús Ademir Morales Rojas
Michio Koki regresó entonces al Centro Espacial Cronía, pero sólo para encontrarse allí, con un gran alboroto.
Al parecer un replicante saboteador se había introducido a las instalaciones con el fin de estropear el importante proyecto Nexus.
Los agentes de policía de Los Ángeles, los caza replicantes Bryant y Gaff, se habían presentado desde hacia unas horas en las instalaciones de Cronía para advertir a las autoridades de la inminente amenaza.
De inmediato se reunieron con Koki; le sugirieron cerrar todos los accesos e impedir la salida de ninguna persona a fin de localizar al intruso y poderlo detener.
Koki estuvo de acuerdo.
-Ahora lo procedente es practicar el test Voight-Kampff a todas las personas del centro espacial- señalo el abotagado inspector Bryant.
Koki lo aprobó, sin dejar de mirar nerviosamente la desparpajada figura del agente Gaff.
Paulatinamente los cientos de científicos y empleados fueron sometidos al riguroso
cuestionario de capciosas interrogantes.
Una luz verde indicaba su autentificación como seres humanos.
La roja, aún no se había encendido.
Luego que pasaron todos los solicitados, y habiéndose determinado su inocencia,
gracias al método de detección de los agentes, Bryant le ordenó a Gaff llamar a Koki
y cerrar la puerta.
-Espere- dijo Koki- debo avisar a los empleados que pueden abandonar los
Laboratorios.
-Aún no es conveniente- le respondió Bryant- mirándolo con perspicacia- antes debemos hacerle a usted mismo la prueba: sabemos que Michio Koki es Cyborg, no replicante, es por eso que si no hay ningún problema la luz debe seguir encendiendo verde cuando usted sea examinado.
Gaff ladró unas palabras ásperas en inter-lengua, demandando a Koki se apresurara a principiar la prueba.
Koki sin embargo, miró silencioso durante un buen rato (y con ojos muy abiertos a los agentes policiales) luego dijo titubeante:
-Creo que no debo practicarme la prueba: ¿Y si uno de ustedes es el replicante intruso, y me engañan con una prueba falsa para obtener el permiso de atentar contra mi vida y a partir de allí adueñarse de toda la información de Cronía?
Gaff de inmediato sacó su revolver, Koki lo imitó.
-Baje el arma Michio, o su replicante, no sea tonto.
-Yo no soy un replicante, pero no quiero arriesgarme.
Gaff dijo algo en su extraña lengua. Bryant asintió.
-Le daremos un minuto para decidirse a efectuarla, si no, tendrá que pagar las consecuencias: Gaff no falla un tiro.
Koki nervioso, comenzó a sudar copiosamente.
-Pero ¿qué garantías tengo de que ustedes son humanos? Es posible que uno de ustedes sea el replicante y que el otro no sea capaz de descubrirlo, en todo caso quiero ver que se practiquen ustedes mismos la prueba.
La gente afuera, luego de horas de espera impedidos de salir de las instalaciones, comenzó a golpear la puerta frenéticamente.
Esto encendió más los ánimos de los tres hombres:
Bryant alzaba la voz, Gaff ladraba y acercaba su arma a Koki, y éste negaba con la cabeza, a la vez que trataba de calmar su brazo tembloroso con la pistola al frente.
-La gente espera, apresúrese ya- demandó Bryant.
-¿Cómo sé yo, que entre ellos no está el replicante movilizando a los demás para presionarme? ¿Y si hace mucho que los replicantes nos hubieran suplantado a todos sin darnos cuenta? Se que yo no soy replicante, pero en un mundo poblado por ellos en su mayoría ¿Quién es entonces el replicante?- Musitaba nervioso Koki sin poder contenerse
-¡Basta ya!- gritó Bryant- conteste a las preguntas ahora o si no…
Gaff hizo crujir un poco su revolver.
Koki suspiró y aceptó a regañadientes.
Comenzó a responder el cuestionario. Cuando faltaba una sola pregunta, sonó el teléfono.
Ninguno de los tres deseaba levantas el auricular, finalmente Bryant lo hizo: escuchó por un momento y luego le pasó el teléfono a Koki
-Es Koki, desde hablar con usted.
-¿Es esto una broma o es parte del test?
-¿Insinúa que miento?
Ahora Gaff miró a Bryant con sospecha.
Koki aprovechó:
-Antes de responder la llamada debo saber si es parte de la prueba.
Bryant lo miró con odio mientras continuaba ofreciéndole el auricular a Koki.
Éste, muy lentamente, tomó el teléfono, lo llevó a su oído, escuchó: - No hay nadie en línea: dijo.
Entonces sonó un disparo, Bryant cayó al piso con un hoyo en el pecho.
Gaff sonrió satisfecho, habían descubierto al replicante, barbotó algunas palabras de alivio a Koki: esa llamada falsa había delatado al replicante Bryant, lo que buscaba era confundir a Koki para que fallara en la prueba. Así tendría un pretexto para exterminarlo y hurtar sin problemas la información secreta.
Abrió la puerta y permitió a todos salir de las instalaciones.
Gaff regresó entonces y en ademán conciliador le ofreció la mano a Koki.
Este le sonrió amablemente, levantó su brazo y le voló el cráneo con su arma.
Leyó en voz baja la última pregunta del test, la respondió sinceramente: la luz se puso roja.
El intruso entonces buscó en la base de datos y en los registros escritos la información necesaria, luego salió de las instalaciones vacías sin ningún contratiempo.
Cuando Michio Koki llegó, al lugar- el grupo Orfeo le había comunicado lo de la intrusión a Cronía, y Koki había llamado por teléfono para delatar al replicante delante de las autoridades, pero parece que había sido infructuoso- y miró los cadáveres y su documentación revuelta, supo que el misterioso personaje que había asesinado a Hassan-i-Sabbah, se le había adelantado una vez más. Luego Koki estrujó con furia la minúscula figurita de papel en forma de camaleón, que el intruso había dejado en el piso de su despacho, antes de partir, tranquilamente.
Más de la novela grupal Extropía:
http://www.escritorium.com/extropia/
Imagen tomada de:
http://www.fosteronfilm.com/images/blade.jpg
domingo, 29 de julio de 2007
Dina Bellrham: La oscura libélula que arde en luz
Por
Jesús Ademir Morales Rojas.
Lo maravilloso de esta vida es que cada día nos aporta una nueva razón de desaparecer.
Cioran.
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¿ Todo es más fácil sin corazón?
A veces pienso que soy un tiesto
Con un rosario de núcleos níveos
Y el hombre… y el mundo…
aprende a ser amor…
Soy el amor del pueblo
La boca del lírio
Y todos me atavían de grietas …
… todo vale mientras mis alas
permuten una péndola en éxtasis
¡Absórbanme hijos efímeros!
Que yo soy un verso siempre.
( de Absorbez-moi )
Dolor, insuficiencia, frustración… que el mundo pende del vacío es notorio y angustiante; y sin embargo existen seres que pugnan por impedir su caída irreparable, su perdición absoluta.
La poesía de Dina Bellrham es un testimonio valioso de este afán redentor, que transmutándose constantemente, de manera tortuosa muchas veces, vaciándose en palabras- reservas de ser extraviado, alimento para las almas extenuadas, consigue realizar un acto de sacrificio singular y disimulado, pero que a la larga, da un fundamento, no obstante frágil y cristalino, suficiente para todo el entramado de lo real que nos contiene y propicia.
Mis amores han sido un cúmulo de intensidad rota.
Mis manos siempre han latido para un vuelo efímero.
Pero yo soy así, intensa y lúgubre. Solitariamente feliz.
…Si me he hecho ojos universalmente…
…Más bien soy el mar. Por que quiera o no arrastro a mi costado
inmundicia y ternura. Soy una esponja pasiva.
A veces creo que poseo una capa de poderes paradójicos y puedo metamorfosear el núcleo de este mundo impío.
( de Carta al Doctor)
Es posible realizar una lectura de las composiciones de la autora en donde se identifique el siguiente esquema:
1) Yo ( el enunciante poético/la autora)
2) El (el ser amado/el destinatario del mensaje del texto)
3) La palabra (pétalos pintados y silencios rojos/ el poema/la escritura)
La interacción de estos tres núcleos compositivos da como resultado una dialéctica singular que se resumiría de la siguiente manera:
a) Primera negación (la poetisa se niega así transmutada en versos)
La poetisa / el anunciante poético se aliena hecha palabra, se desconoce en términos elegantes por su desnudez, por su anatomía expuesta en forma “higiénica” (tal vez la formación en ciencias médicas de la autora faciliten esta transición) y este vaciamiento de la identidad en poema se manifiesta en muchos modelos bellos y expresivos:
He puesto a secar mi atrio
donde emergen las palabras…
Todo es más fácil sin corazón
(De Absorbez- moi)
Yo me siento invisible,
archivada en un lienzo arcaico
que nunca fue famoso…
(De Retour)
estoy presa en mi reflejo de humana…
( De Epístola (prosa poética)
Mis manos no entienden
su desnutrida ansiedad de enanos
ni estos ojos su inesperada esquirla
que deambula en su esqueleto de ruedas
( De arañas bipolares)
Segunda negación ( los versos no bastan para acercarse al ser anhelado)
b) El intento expresivo de la autora nunca puede culminar su cometido en primera instancia, por la falta de sensibilidad del ser amado o su ausencia, y en el caso del clímax amoroso, la deleitosa despersonalización de ambos participantes, motiva la limitación inherente de unas construcciones tan lúcidamente hermosas, como insuficientes para contener el momento que tratan de rescatar:
He decidido tejer demencias
en mis plumas de cóndor níveo…
sin ti…
prefiero llenar mi plato
con navíos de sobredosis…
(De arañas bipolares)
Entre tanto
subamos al proscenio
y disfracemos el beso
cobijemos al tiempo
y su complejo de ciempiés…
Entre tanto amor mío…
seamos desconocidos
( De Delirios II)
Noches sódicas tatúo
mientras me hago la dormida.
A veces creo que me odias
y remites un gesto escatológico
desde el lupanar donde habitas
(De Retour)
c) Afirmación (De la anterior insuficiencia brota el poema, que al servir de alimento al lector, repite la dialéctica implícitamente al negar todo lo que en él se lee, sin embargo, esto da como resultado la perduración del ser, el avance dialéctico, la salvación del mundo)
La poetisa se ha hecho palabra, poema, libélula en vuelo, buscando expresar el fracaso permanente por atesorar por completo al ser amado; ella ya expuesta en versos se ofrenda de alimento, de cura, a los ojos del lector (los suyos propios también por lo consiguiente) que al participar de la obra, al transformar en palabras leídas todos los elementos virtuales que la propiciaron, la niega, pero en el interior del lector, las semillas de vida que la autora deposita en sus obras, germinan, y construyen una perspectiva de mundo particular en donde ahora se poseen sentimientos, evocaciones y vivencias de las que antes carecía: la oscura libélula, proveniente de las umbrías regiones del sufrimiento, se ha ofrendado hecha luz, queriendo alcanzar la luna, para iluminar al mundo, y hacer evidente que era totalmente distinto a lo que siempre, de un momento a otro, se pensaba.
Morir! …
mi fin de rinoceronte
mi dolor de hormiga
Estoy feliz.
( De arañas bipolares)
…Alguien me sonríe
mientras expando mis piernas
como un libro…
… El pentagrama digiere el último calor…
-el silencio vuelve contigo-
(De Do-re-mi)
¿Y yo?
También necroso animales
que penden de un árbol…
deletreo entes cobijados en letras…
Yo no soy tuya
estos pezones contienen maná
para mi lumólogo…
la entrepierna incorrupta
para la lanza latente de poesía …
tus ramas están en otoño perenne
y yo cumplo todas las estaciones
¡FLOREZCO!
(De no es ego, es cansancio)
Siempre nazco enamorada (defecto de fábrica)
y con una mujer extasiada de telarañas…
volveré a ser tu monstruo bajo el catre
inevitablemente reconocerás mi poesía de montes esotéricos
y eternamente seremos nada.
¡Nada, cuando yo fui todo!
Seguirás temiendo mi epidermis
humedecida en latidos esnóbicos…
no existe elixir para mi mal
muero y nazco hecha amor…
Y también me suicidaré así…
Porque aunque los dedos derramen
nuestros arrebatos
soy como soy…
podridamente amante
(De Demasiada)
Todo y nada, negación de la negación: el amor.
La poesía de Dina Bellrham es en última instancia un sacrificio de amor, tortuoso, demandante y absoluto, una ofrenda motivada más que por el silencioso ser amado, por el amado ser del silencio, que nos retorna obsequiado por esta poetisa redentora, que se vuelve vieja cuando escribe, donando su vida en la savia de su péndola, para devolvernos ese silencio que nunca ha dejado de expresarse en el vacío de un mundo inerme, pero que ahora, conmovido por esta entrega de la libélula extasiada, es un silencio agradecido, por haber podido disfrutar por un momento apenas, de ser el fecundo sonido radiante y fugaz, de la luz.
El numen de ayer ha dejado semillas
su secreto es mío…
somos amantes y enemigos…
(De Epístola -prosa poética-)
No es que no me ame. No concibo la idea de que no me amen.
Yo que soy libélula, árbol almacenando ramas.
Yo, amor.
(De Carta al Doctor)
Sitio de la poetisa Dina Bellrham:
http://bellrham.blogspot.com/
jueves, 26 de julio de 2007
Breves acotaciones del Infierno VI- La Gula
Jesús Ademir Morales Rojas
Con referencia a Dante Alighieri, La Divina Comedia, Infierno, Canto VI.
“Me encuentro en el tercer círculo; en el de la lluvía eterna, maldita, fría y densa, que cae siempre igualmente copiosa y con la misma fuerza. Espesos granizos, agua negruzca y nieve descienden en turbión a través de las tinieblas; la tierra al recibirlos exhala un olor pestífero.”
En última instancia, lo que se castiga en éste ámbito infernal justamente, es el hambre excesiva de ser. Los granizos de agua infecta que se dan a la tierra para saciar su infinito antojo y que son de nuevo elevados al firmamento por el calor de las llamas, tal vez no aludan sino a la esteril tentativa de poder ser más aún, el afán irredento de satisfacer a costa de lo que sea, ese necio apetito de respiros y exhalaciones, que al final se pierden sin remedio, en el viento errabundo.
***
“Cerbero, fiera cruel y monstruosa, ladra con sus tres fauces de perro contra los condenados que están allí sumergidos.”
Y estos tristes seres, no obstante sufrir el tormento practicado por el pavoroso demonio, tienen el agridulce consuelo de saber que, con tres bocas descomunales y ansiosas, el hambre del Can infernal siempre va a ser más insoportable, y acuciante, que su propia ansiedad de ser redimidos.
***
“Tiene rojizos los ojos, los pelos negros y cerdosos, el vientre ancho y las patas guarnecidas de uñas que clava en los esíritus, les desgarra la piel y los descuartiza. La lluvia les hace aullar como perros.”
Por lo tanto, la tortura impuesta para los glotones podría ser, el contemplar sus más secretos anhelos, diabólicamente encarnados en la Bestia: en una criatura que goza lascivamente en su voracidad transgresora de todo respeto, de toda dignidad. De nada sirve pues aullar como perro de caza, siendo a la vez la presa misma: como la liebre que disfruta, en su agonía dolorosa, soñandose lebrel.
***
“ Cuando nos descubrió Cerbero, el gran gusano, abrió las bocas, enseñándonos los colmillos; todos sus miembros estaban agitados. Entonces mi guía extendió las manos, cogió tierra, y la arrojó a puñados en las fauces ávidas de la fiera. Y del mismo modo que un perro se deshace ladrando, y se apacigua cuando muerde su presa, ocupado tan sólo en devorarla, así también el demonio Cerbero cerró sus impuras bocas…”
Por qué no pensar que Dante en este pasaje, quiso expresar su visión personal acerca de la muerte misma, presentándola como un ansia infinita, ciega y voraz; simbolizada también en esa bestia mortal , ese trasunto del gran gusano de las tumbas, que se consume a sí obstinadamente y sin remedio, al engullir la propia tierra que lo propicia.
***
“-¿Quién eres tú, que a tan triste lugar has sido conducido, y condenado a un suplicio, que si hay otro mayor, no será por cierto tan desagradable?
-Tu ciudad ( Florencia)…me vió en su seno… ustedes los habitantes de esa ciudad me llamaron Ciacco. Por el reprensible pecado de la gula, me veo como ves, sufriendo esta lluvia. Yo no soy aquí la única alma triste; todas las demás estan condenadas a igual pena por la misma causa.”
Ciacco -que quiere decir “cerdo”- fue un bufón que se esmeraba siempre en ganarse la risa del prójimo con su ocurrente conversación, pero era a la vez sumamente dado a la gula. ¡Desventurado Ciacco! sirviendo de comidilla para la feroz sociedad de Florencia, mientras vivo, y luego muerto, alimentando el frenesí de castigo de los demonios en el Averno.
...cuando la esencia personal supera a la existencia misma…
***
Dante le manifiesta al pobre Ciacco que su martirio lo conmueve grandemente, pero a continuación le inquiere acerca del futuro político de Florencia. Posiblemente hayamos descubierto por fin, donde sobrelleva el alma de Dante su inmortalidad merecida: puesto que las amplias fauces de Cerbero tienen siempre cabida para los voraces incontenibles de presagios, y la mordida es más filosa, cuanto más se cumplen los (deseados y no confesos) vaticinios funestos.
***
“Pero cuando vuelvas al dulce mundo, te ruego que hagas porque en él se renueve mi recuerdo.”
Porque entonces quiza, tal dulce mundo evocado, sea el único accesible y verdaderamente auténtico: el mundo de los recuerdos, de las nostalgias efímeras, que al tiempo mismo de pensarlas, ya sucedieron, y en donde sólo es posible percibir fugazmente- como bien ha dicho ya Giorgio Colli- la inmediatez de las representaciones, de las cosas que nos tocan, la esencia de la vida, capturada imperfectamente en tal miriada de añoranzas.
Mundo de sombras anhelantes de un pretérito más pleno, el de los vivos; misma sed la que padecen los habitantes del Infierno dantesco. Hambrientos de una satisfacción de arraigo que nunca se realiza, ni aún acaso, en el silencio que colma la ausencia misma de ser.
***
“…cada cual encontrará entonces su triste tumba; recobrará sus carnes y su figura; y oirá el juicio que debe resonar por toda una eternidad.”
…volver a paladear ese alimento que sabemos dañino, pero que se hace irresistible, tanto más nos acerca al instante en que es demasiado tarde para dejarlo…
***
“Cuanto más perfecta es una cosa, tanto mayor bien o dolor experimenta. Aunque esta raza maldita no debe jamás llegar a la verdadera perfección, espera ser después del juicio más perfecta que ahora.”
Pues bien, es posible que el juicio ya se haya efectuado sin siquiera habernos percatado de ello, pues la perfección lograda por nuestro dolor y amargura, aciago digestivo para el momento de reposo sin vuelta, que ya se avecina, nos satura por entero los sentidos del alma saciada y adormecida… ¡Aleluya!
Copyright © Jesús Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados.
Imagen tomada de:
http://altreligion.about.com/library/graphics/inferno6.jpg
martes, 24 de julio de 2007
Hans-Georg Gadamer: Textos sobre el lenguaje y el mundo.
“El lenguaje no es un medio más que la conciencia utiliza para comunicarse con el mundo. No es un tercer instrumento al lado del signo y la herramienta que pertenecen también -a la definición esencial del hombre. El lenguaje no es un medio ni una herramienta. Porque la herramienta implica esencialmente que dominamos su uso, es decir, la tomamos en la mano y la dejamos una vez que ha ejecutado su servicio. No ocurre lo mismo cuando tomamos en la boca las palabras de un idioma y las dejamos después de su uso en el vocabulario general que tenemos a nuestra disposición. Esa analogía es errónea porque nunca nos encontramos ante el mundo como una conciencia que, en un estado a-lingüístico, utiliza la herramienta del consenso. El conocimiento de nosotros mismos y del mundo implica siempre el lenguaje, el nuestro propio. Crecemos, vamos conociendo el mundo, vamos conociendo a las personas y en definitiva a nosotros mismos a medida que aprendemos a hablar. Aprender a hablar no significa utilizar un instrumento ya existente para clasificar ese mundo familiar y conocido, sino que significa la adquisición de la familiaridad y conocimiento del mundo mismo tal como nos sale al encuentro.
Es un proceso enigmático y profundamente oculto. Es un verdadero prodigio que un niño pronuncie una palabra, un primera palabra […]. La verdad es que estamos tan íntimamente insertos en el lenguaje como en el mundo […] En todo nuestro pensar y conocer, estamos ya desde siempre sostenidos por la interpretación lingüística del mundo, cuya asimilación se llama crecimiento, crianza. En este sentido el lenguaje es la verdadera huella de nuestra finitud. Siempre nos sobrepasa. La conciencia del individuo no es el criterio para calibrar su ser. No hay, indudablemente, ninguna conciencia individual en la que exista el lenguaje que ella habla. ¿Cómo existe entonces el lenguaje? Es cierto que no existe sin la conciencia individual; pero tampoco existe en una mera síntesis de muchas conciencias individuales.
Ningún individuo, cuando habla, posee una verdadera conciencia de su lenguaje. Hay situaciones excepcionales en las que se hace a la memoria una palabra en la que nos apoyamos, que suena extraña o ridícula y que hace preguntar: ‘¿se puede decir así?’. Ahí aflora por un momento el lenguaje que hablamos, porque no hace lo suyo. ¿Qué es, pues, lo suyo? Creo que cabe distinguir aquí tres elementos.
El primero es el auto-olvido esencial que corresponde al lenguaje. Su propia estructura, gramática, sintaxis, etc. , todo lo que tematiza la ciencia, queda inconsciente para el lenguaje vivo […] Un segundo rasgo esencial del ser del lenguaje es, a mi juicio,-la ausencia del yo. El que habla un idioma que ningún otro entiende, en realidad no habla. Hablar es hablar a alguien. La palabra ha de ser palabra pertinente, pero esto no significa sólo que yo me represente a mí mismo lo dicho, sino que se lo haga ver al interlocutor.[…] En relación con esto aparece el tercer elemento que yo llamaría la universalidad del lenguaje. Este no es ningún ámbito cerrado de lo decible al que se yuxtaponen otros ámbitos de lo indecible, sino que lo envuelve todo. Nada puede sustraerse radicalmente al acto de ‘decir’, porque ya la simple alusión alude a algo. La capacidad de dicción avanza incansablemente con la universalidad de la razón. Por eso el diálogo posee siempre una infinitud interna y no acaba nunca. El diálogo se interrumpe, bien sea porque los interlocutores han dicho bastante o porque no hay nada más que decir. Pero esa interrupción guarda una referencia interna a la reanudación del diálogo”. [Hombre y lenguaje (1965). VM, II, 147-151].
“De este modo se confirma en conjunto lo que comprobábamos antes: en el lenguaje se representa a sí mismo el mundo. La experiencia lingüística del mundo es ‘absoluta’. Va más allá de toda relatividad del ‘poner’ el ser, porque abarca todo ser en sí mismo, se muestre en las relaciones (relatividades) en que se muestre. La lingüisticidad de nuestra experiencia del mundo precede a todo cuanto puede ser reconocido e interpretado como ente. La relación fundamental del lenguaje y mundo no significa por lo tanto que el mundo se haga objeto del lenguaje. Lo que es objeto del conocimiento y de sus enunciados se encuentra por el contrario abarcado siempre por el horizonte del mundo del lenguaje. La lingüisticidad de la experiencia humana del mundo no entraña la objetivación del mundo […].
El mundo que se manifiesta y constituye lingüísticamente no es en sí ni es relativo en el mismo sentido en que pueden serlo los objetos de la ciencia. No es en sí en cuanto que carece por completo del carácter de objeto, y en cuanto que nunca puede estar dado en la experiencia por su cualidad de ser un todo abarcante. Sin embargo, como el mundo que es, tampoco puede considerárselo relativo a una determinada lengua. Pues vivir en un mundo lingüístico, como se hace cuando se pertenece a una comunidad lingüística, no quiere decir estar confiado a un entorno como lo están los animales en sus mundos vitales. No se puede querer mirar desde arriba el mundo lingüístico de la manera descrita antes; pues no existe ningún lugar fuera de la experiencia lingüística del mundo desde el cual éste pudiera convertirse por sí mismo en objeto […]. Tener lenguaje significa precisamente tener un modo de ser completamente distinto de la vinculación de los animales a su entorno. Cuando los hombre aprenden lenguas extrañas no alteran su relación con el mundo como lo haría un animal acuático que se convirtiera en terrestre; sino que mantienen su propia relación con el mundo y la amplían y enriquecen con los mundos lingüísticos extraños. El que tiene lenguaje ‘tiene’ mundo.
Si retenemos esto, ya no podremos seguir confundiendo la objetividad del lenguaje con la objetividad de la ciencia. La distancia inherente a la relación lingüística con el mundo no proporciona por sí misma y en cuanto tal ese otro género de objetividad que producen las ciencias naturales eliminando los elementos subjetivos del conocer" (VM, 539-543).
“Nadie negará que nuestro lenguaje ejerce una influencia en nuestro pensamiento. Pensamos con palabras. Pensar significa pensarse algo. Y pensarse algo significa decirse algo. En este sentido Platón conoció a la perfección la esencia del pensamiento cuando lo define como el diálogo interno del alma consigo misma, un diálogo que es un constante transcenderse, una reflexión sobre sí mismo y los propios juicios opiniones, en actitud de duda y objeción. Y si algo caracteriza al pensamiento es precisamente este diálogo interminable consigo mismo que nunca lleva a nada definitivo. Esto nos diferencia de ese ideal de un espíritu infinito para el cual todo lo que es y todo lo verdadero aparece en una única intuición. Es nuestra experiencia lingüística, la inserción en este diálogo interno con nosotros mismos, que es a la vez el diálogo anticipado con otros y la entrada de otros en diálogo con nosotros, la que abre y ordena el mundo en todos los ámbitos de la experiencia. Pero esto significa que no tenemos otro camino de orden y orientación que el que ha llevado desde los datos de experiencia a los esquemas que conocemos Como el concepto o como lo general que hace del caso respectivo ejemplo particular suyo […].
Lo que nos ocurre en el lenguaje, nos ocurre también en nuestra propia orientación vital: estamos familiarizados con un mundo preformado y convencional. La cuestión es saber si llegado tan lejos en nuestra propia autocomprensión como creemos llegar a veces en esos contados casos que acabo de describir, en que alguien dice realmente lo que quiere decir. Pero ¿significa eso llegar tan lejos que se entiende lo que realmente es? Ambas cosas, la comprensión total y el decir adecuado son casos límite de nuestra orientación en el mundo, de nuestro diálogo interminable con nosotros mismos. Y yo creo sin embargo que justamente porque este diálogo es interminable, porque esta orientación objetiva que se nos ofrece en esquemas preformados del discurso entra constantemente en el proceso espontáneo de nuestro entendimiento con los otros y con nosotros mismos, por todo ello se nos abre así la infinitud de aquello que comprendemos, de aquello que podemos hacer espiritualmente nuestro. No hay ninguna frontera para el diálogo del alma consigo misma. Tal es la tesis que yo opongo a la sospecha de ideología lanzada contra el lenguaje.
Es, pues, la pretensión de universalidad del lenguaje lo que voy a defender con razones. Podemos convertir todo en lenguaje y podemos tratar de ponernos de acuerdo sobre todo. Es cierto que permanecemos encerrados en la finitud de nuestro propio poder y capacidad y que sólo un diálogo infinito podría satisfacer plenamente esta pretensión. Pero eso es algo obvio. La pregunta es más bien: ¿no hay una serie de objeciones contra la universalidad de nuestra experiencia del mundo mediada por el lenguaje? Aquí aparece la tesis de la relatividad de todas las cosmovisiones lingüísticas, tesis que los americanos extrajeron del legado humboldtiano y enriquecieron con nuevas reflexiones sobre la investigación empírica, según la cual las lenguas son modos de ver y de concebir el mundo, de suerte que es imposible salirse de la cosmovisión respectiva, cuyos esquemas involucran al individuo. Los aforismos de Nietzsche sobre la ‘voluntad de poder’ incluyen ya la observación de que la verdadera obra creadora de Dios consiste en haber producido la gramática, esto es, habernos instalado en estos esquemas de nuestro dominio del mundo sin que podamos evadirnos de ellos” [¿Hasta qué punto el lenguaje preforma el pensamiento? (1973), VM, II, 195-197].
Textos tomados de ( la excelente) página:
http://www.uma.es/gadamer/
Imagen tomada de:
http://philosophy.tamu.edu/~sdaniel/Images/gadamer3.jpg
lunes, 23 de julio de 2007
Extropía 1.0: La pequeña ciudad del tiempo perdido
Por Jesús Ademir Morales Rojas
Así decía el letrero sucio y carcomido justo a las afueras de aquel pueblo del oeste, donde se localizaban presumiblemente los restos de la Biblioteca Alamut ansiados por Michio Koki. El cyborg ocultó su spinner en un hoyo que practicó entre la arena del desierto, y que cubrió con matorrales dispersos. Koki se aproximó luego, a los bordes del cráter enorme. El pueblito se encontraba justo en el centro de aquel enorme agujero, caprichosamente definido en su circularidad. Bajó hasta allí con ciertos trabajos. Mientras lo hacía, divisó a la distancia a mucha gente inmersa en su cotidiana actividad provincial. Pero conforme descendía, el ambiente se tornaba enrarecido y turbio. Y sin embargo las personas estaban allí, como si nada, en las calles y también asomadas por las ventanas de las casas. Cuando Koki pisó, por fin, el pueblo silencioso, algo crujió bajo el peso de su bota industrial. Miró a sus pies: allí yacía una blanca paloma hecha pedazos, por su pisada. ¿Cómo había sido eso posible?
Entonces estudió de nuevo a las personas del lugar: de entre la muchedumbre se concentró en una niña persiguiendo a un perrito; unas señoras con bolsas de compras al brazo y sonriendo entre sí; un policía severo dirigiendo un tráfico demasiado tranquilo…
Koki se percató de que todos los habitantes visibles del pueblo estaban petrificados, cual si hubiesen sido congelados en cierto momento del tiempo. Deambuló luego, por entre las calles calmas de aquél sitio espeluznante. Lo que hubiera sucedido allí parecería haber sorprendido a esas personas, como si hubiesen sido fijadas en ese limbo impensable, sin darse cuenta, mientras se ocupaban de sus más comunes actividades. Era un pequeño mundo de cristal, triste y extraordinario. Cuando Koki retornó al lugar donde reposaba el cuerpo roto de la paloma, se inclinó y llevó a sus manos la suave y blanca cabecita, cuyo único ojo negro y dolorido parecía centrar su mirada ciega en Michio Koki, con dolorido reproche. Impulsado por una súbita ternura, besó la diminuta cabeza emplumada. Fue entonces que percibió el olor a nitrógeno líquido, y pasmado, comprendió todo.
Conmovido y asqueado por la desventurada suerte que había padecido aquella comunidad grotesca de “conejillos de Indias”, Koki se internó otra vez en aquel pequeño laberinto de construcciones bajas erosionado por el viento y la arena. De pronto, justo en el centro del pueblo, dentro de una sombría construcción en ruinas, escuchó murmullos. Penetró en al ámbito misterioso y semivacío: alguien estaba allí, de cara contra la esquina formada por unos muros estropeados, en una esquina del habitáculo sucio y con inmundicias desperdigadas. Esta persona se asomaba con ansiedad a una grieta torcida del muro, como si quisiera desesperadamente mirar a través de ella, buscando algo imperiosamente. Koki intrigado se acercó y le puso la mano en el hombro trémulo, quiso hablarle. Cuando la persona se volvió hacia él, Koki pudo contemplar a la mujer más hermosa que jamás halló en su vida; más aún que su Cinthya; esplendorosa aún
desarrapada y con una falta de aseo evidente. Ella le contó entre suspiros y tartamudeos, que por entre la grieta se podía uno asomar a un mundo de:
-Estructuras bellas y extrañas, cielos de plasma lavanda, robots árbol formando bosques inteligentes, androides sirena de ojos violeta y figura escultural, hipnóticas máquinas de deseo ... Nuevas formas que alcanzan el campo de fuerza extrópica… puntos brillantes encima del horizonte, como joyas de luz. Niñas de pelo azul nadando desnudas con delfines, buceando para ver corales; jóvenes caminantes sobre musgo fresco y plantas exuberantes en el Valle inundado... …Planetas desconocidos, nebulosas, supernovas, lunas altas, elfos del bosque, unicornios y narvales…*
Michio Koki se llenó de una honda conmiseración por esa joven enigmática, tan linda como una princesa, tan desquiciada como la demencia misma.
Durante un asombroso segundo, al verla tan concentrada y feliz en su actividad, Koki sintió la curiosidad de asomarse a la grieta; pero luego el confuso cyborg sacudió la cabeza, molesto con su propia cordura vacilante, y se forzó a salir de la construcción y alejarse de su enclaustrada habitante, ilusionada en su recoveco. Un ambiente de alucinación, de agobiante pesadilla, oprimía a Koki, estando en aquel lugar extravagante: el calor sordo del sol en todo lo alto, el seco viento ululante, susurrador de quimeras, las estatuas de cristal que se veían por doquier en caprichosas posiciones, como los participantes de una fantástica danza; y por encima de todo los sonidos de júbilo y asombro de la joven demente en la construcción derruida.
MIchio Koki se intoxicó de toda esa irrealidad, el mundo tangible comenzó a tambalearse ante sus sentidos alterados, se llevó los puños a las sienes, frunciendo el duro rostro: repitió su nombre y el de Cinthya; el de Andrew y el de Lain; varias veces a fin de no caer definitivamente en los abismos del delirio sin retorno, luchando por recuperar su razón rebasada. En ese momento se sintió levantado en vilo; ante esa violencia inesperada él se debatió, pero el brutal abrazo se hizo tan ceñido que Koki empezó a ver borroso; se ahogaba. Alcanzó a ver frente a sí a una mujer albina y calva, inmensamente gorda, desnuda y con una mascarilla anti-gas puesta en el rostro mofletudo. Otra mujer idéntica era la que lo sofocaba casi hasta la extenuación; Koki advirtió también a un hombrecillo sin brazos, ni piernas; su rostro de rasgos asiáticos, y al igual que el mutilado cuerpo, cubierto por entero de piercings y de tatuajes; se adornaba además con un penacho de plumas de correcaminos y patas de alacrán. Vociferaba palabras sueltas en esperanto agitando las mandíbulas grotescamente, y bamboleaba su insignificante figura sobre un alto carromato de madera y de huesos, cargado de cientos de hongos verdoso-fosforescentes. Como obedeciendo a una orden del hombrecillo, una de las inmensas mujeres tomó un puñado de hongos y los exprimió dolosamente sobre el rostro de Koki.
Allí empezó la real pesadilla.
***
Durante días enteros Koki había sido obligado a acompañar a las gigantescas mujeres albinas en la tarea de jalar del carrito del hombrecillo sin extremidades. Embrutecidos por las dosis periódicas de hongos fosforescentes establecidas por el pequeño tirano, las tres “bestias” de carga accedían colocarse sobre los genitales unos complicados electrodos que con cables delgados de colores varios se conducían y conectaban con las mandíbulas del hombrecillo y de allí a una pequeña mochila que este cargaba siempre en sus hombros nimios; de esta manera podía controlar a su antojo, a través de las gesticulaciones de su rostro aniñado y a fuerza de dolorosas y potentes descargas de energía, las voluntades de las tres mujeres y de Michio Koki.
Los tres esclavos iban desnudos bajo el inclemente sol, y corrían sin descanso llevando el carro del Chino “costal”, -como Koki rencorosamente lo bautizó en su profundo y lúcido ser, cautivo en la superficie- girando furiosamente alrededor del cráter, y de la pequeña ciudad del tiempo perdido, en el centro del mismo. Iban siempre en el sentido de las manecillas del reloj, y Koki aún drogado, supo porque lo disponía así el Chino: lo que el pequeño tirano buscaba era, cual si fuera un patético héroe metafísico, el revivir al tiempo fenecido del pueblo, darle vida nueva al correr de los segundos por medio de los tortuosas revoluciones de su monstruoso carruaje, como si se tratara de la hazaña imposible del alucinado minutero de un inmenso reloj circular- el cráter mismo que envolvía al pueblo de cristal , en su eterna inmovilidad.
Durante el día giros fatigosos, descargas eléctricas y dosis de hongos.
Por las noches Koki, en la morada de huesos y plumas de correcaminos del Chino “costal” , situada en el huerto de hongos fosforescentes, en un lado del cráter, se ocupaba de la higiene de su pequeño torturador, y también de saciar los voraces apetitos sexuales, de las mujeres ballena, ya que ambas obesas gustaban de practicar experimentos eróticos entre sí y utilizando además al obligado Koki, una y otra vez, hasta que el cyborg gemía de dolor exhausto y sofocado bajo el peso de esos cuerpos fofos y blancuzcos, llenos de lunares de impreciso tono.
Koki deseaba la muerte ante ese cautiverio brutal y extremo.
Una noche, la que él aguardaba desde hace tiempo, al notar un extraño cúmulo de nubes negras y cargadas en el cielo nocturno, y ante el inequívoco olor de nitrógeno líquido, que llegaba hasta él desde las dilatadas alturas, Koki supo que por fin había llegado su momento: el clima alterado genéticamente por oscuras y desconocidas milicias, volvería pronto a hacer de las suyas en aquél territorio devastado.
Koki no perdió más tiempo, aún babeando y con los ojos semicerrados por su estado de conciencia estimulado al límite, se acercó con sigilo a las mujeres ballena que dormían y las obligo con rapidez inaudita y desesperada a comer puñados de hongos, metiéndoselos en sus bocas, desprotegidas sin las mascaras de antigás que se retiraban al dormir. Los chillidos porcinos de las mujeres y su ímpetu combativo no fueron suficientes para derrotar a un Koki desesperado y dispuesto a todo. Las unció al carruaje cuando ya la droga las tranquilizaba un tanto. Luego tomo al pequeño Chino mutilado que en su angustia quiso morderlo, por lo que Koki lo arrojó sin miramientos y de cabeza a su lugar en el carromato.
Antes de ponerlo en marcha Koki, que había hallado sus ropas sustraídas y ocultas, y que ahora ya portaba, sacó de su bolsillo la cabecita de la paloma rota con su ojo indignado. La echó dentro del carrito e inclinándose le dijo con voz gutural y rencorosa al Chino “costal” que se estremecía de pavor:
-Para lograr lo que te propones; para ti, el camino es por el sentido contrario…
Y dando dos poderosos manotazos en las gigantescas nalgas gelatinosas de las mujeres-corcel, mismas que estremecidas de dolor- placer, emprendieron una loca fuga alrededor del cráter, en sentido opuesto a las manecillas del reloj y con el Chino sin extremidades agitándose impotente, ante la carrera desbocada, y maldiciendo en esperanto con tal agonía en su timbre de infante, que se escuchó mucho después que la curva del cráter, los ocultó de la vista de Koki.
Las primeras gotas de la lluvia petrificadora comenzaron a caer del cielo negro y caótico. Koki, tambaleante, corrió hacia la construcción ruinosa, en el centro del pueblo, el centro del tiempo perdido de la pequeña ciudad sin nombre; justo allí donde había encontrado a la joven hermosa que se asomaba al paraíso por la grieta de un muro enmohecido. Cuando arribó allí, al cuartucho, miró en su interior en semipenumbras, únicamente iluminado por el resplandor de los relámpagos furiosos. Estaba vacío: la “princesa” extraviada no estaba más ahí. La singular grieta en el muro, la rendija a otro mundo, parecía adquirir a los ojos perturbados y enrojecidos de llanto de Koki, la forma de una sonrisa burlona e inclemente. Agobiado por la ausencia de la muchacha y el dolor y la humillación sufridos en esa temporada en el infierno, Koki se derrumbó en el piso de la habitación desocupada, y golpeó con sus puños la arena del suelo. Sollozó amargamente.
Luego se incorporó y con rabia y frenesí fue a asomarse a la grieta. La tormenta rugía en el exterior, Koki, casi enloquecido ya, soltaba puñetazos contra el muro de la grieta, que se cuarteó dolorosamente, y luego de varios impactos acompañados de maldiciones frenéticas, se vino abajo por fin. De rodillas y sin fuerza ahora, mirando la salida de la pesadilla, más allá del muro derruido, una prolongación insospechada de aquél edificio, Koki leyó entonces un letrero metálico con letras blancas que decía:
DEPOSITO ESPECIAL: BIBLIOTECA ALAMUT
Luego de reír y llorar al mismo tiempo, un tiempo que parecía por fin rescatado, Koki se serenó, sacudió la arena de sus ropas, y recobrando por completo el sentido y el control de su ser, suspiró y se internó en Alamut.
Afuera, en la oscuridad, ya era de nuevo el silencio.
*Ver el capítulo XV de Extropía: Los límites se dilatan, Ayanami, se rasgan las fronteras de AlTerra, escrito por Cosmodelia: aquí se tomó y se adaptó un pasaje de esa obra.
www.escritorium.com/extropia/3356/cosmodelia-/los-limites-se-dilatan-ayanami-se-rasgan-las-fronteras-de-alterra/
extropia.escritorium.com
Imagen de obra de Ives Tanguy tomada de:
http://www.artdaily.com/Fotos/galerias/208/YvesTanguy.jpg
domingo, 22 de julio de 2007
El Sátiro de Tarsis
jueves, 19 de julio de 2007
Emil Cioran: Adios a la filosofía.
Me aparté de la filosofía en el momento en que se hizo imposible descubrir en Kant ninguna debilidad humana, ningún acento de verdadera tristeza; ni en Kant ni en ninguno de los demás filósofos. Frente a la música, la mística y la poesía, la actividad filosófica proviene de una savia disminuida y de una profundidad sospechosa, que no guardan prestigios más que para los tímidos y los tibios. Por otra parte, la filosofía -inquietud impersonal, refugio junto a ideas anémicas- es el recurso de los que esquivan la exuberancia corruptora de la vida. Poco más o menos todos los filósofos han acabado bien: es el argumento supremo contra la filosofía. El fin del mismo Sócrates no tiene nada de trágico: es un malentendido, el fin de un pedagogo, y si Nietzsche se hundió fue como poeta y visionario; expió sus éxtasis y no sus razonamientos.
No se puede eludir la existencia con explicaciones, no se puede sino soportarla, amarla u odiarla, adorarla o temerla, en esa alternancia de felicidad y horror que expresa el ritmo mismo del ser, sus oscilaciones, sus disonancias, sus vehemencias amargas o alegres.
¿Quién no está expuesto, por sorpresa o por necesidad, a un desconcierto irrefutable, quién no levanta entonces las manos en oración para dejarlas caer a continuación más vacías aún que las respuestas de la filosofía? Se diría que su misión es protegernos en tanto que la inadvertencia de la suerte nos deja caminar más acá del desquiciamiento y abandonarnos en cuanto somos obligados a zambullirnos en él. Y ¿cómo podría ser de otra manera, cuando se ve qué pocos de los sufrimientos de la humanidad han pasado a su filosofía? El ejercicio filosófico no es fecundo, sólo honorable. Se es siempre impunemente filósofo: un oficio sin destino que llena de pensamientos voluminosos las horas neutras y vacantes, las horas refractarias al Antiguo Testamento, a Bach y a Shakespeare. Y ¿acaso esos pensamientos se han materializado en una sola página equivalente a una exclamación de Job, a un terror de Macbeth o a una cantata? El universo no se discute; se expresa. Y la filosofía no lo expresa. Los verdaderos problemas no comienzan sino después de haberla recorrido o agotado, después del último capítulo de un inmenso tomo que pone el punto final en signo de abdicación ante lo desconocido, donde se enraizan todos nuestros instantes, y con el que nos es preciso luchar porque es naturalmente más inmediato, más importante que el pan cotidiano. Aquí el filósofo nos abandona: enemigo del desastre, es tan sensato como la razón y tan prudente como ella. Y quedamos en compañía de un anciano apestado, de un poeta instruido en todos los delirios y de un músico cuya sublimidad trasciende la esfera del corazón. No comenzamos a vivir realmente más que al final de la filosofía, sobre sus ruinas, cuando hemos comprendido su terrible nulidad, y que era inútil recurrir a ella, que no iba a sernos de ninguna ayuda.
(Los grandes sistemas no son en el fondo más que brillantes tautologías. ¿Qué ventaja hay en saber que la naturaleza del ser consiste en la «voluntad de vivir», en la «idea», o en la fantasía de Dios o de la Química? Simple proliferación de palabras, sutiles desplazamientos de sentidos. Lo que es repele el abrazo verbal y la experiencia íntima no nos revela nada fuera del instante privilegiado e inexpresable. Por otro lado, el ser mismo no es más que una pretensión de la Nada.
Sólo se define por desesperación. Hace falta una fórmula; incluso hacen falta muchas, no fuera más que por dar justificación al espíritu y una fachada a la nada.
Ni el concepto ni el éxtasis son operativos. Cuando la música nos sumerge hasta las «intimidades» del ser, volvemos a salir rápidamente a la superficie: los efectos de la ilusión se disipan y el saber se declara nulo.
Las cosas que tocamos y las que concebimos son tan improbables como nuestros sentidos y nuestra razón; sólo estamos seguros en nuestro universo verbal, manejable a placer, e ineficaz. El ser es mudo y el espíritu charlatán. Eso se llama conocer.
La originalidad de los filósofos se reduce a inventar términos. Como no hay más que tres o cuatro actitudes ante el mundo -y poco más o menos otras tantas maneras de morir- los matices que las diversifican y las multiplican sólo dependen de la elección de vocablos, desprovistos de todo alcance metafísico.
Estamos abismados en un universo pleonástico, en el que las interrogaciones y las réplicas se equivalen.)Texto tomado del libro "Breviario de Podredumbre" del mismo autor rumano-francés.
Imagen de Cioran tomada de:
http://www.matmatprof.it/filosofia_e_dintorni/galleria/cioran.jpg
lunes, 16 de julio de 2007
Juan José Arreola: La Mígala.
El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.
Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña.
Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a mi casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.
La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.
Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la araña sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.
Hay días en que pienso que la mígala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.
Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la mi-gala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa mígala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.
Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la mígala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la mígala.
Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero. Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.
Texto tomado de:
http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2007/04/juan-jos-arreola-la-mgala.html
Imagen tomada de:
http://www.agseso.com/imagenes/arreola/arreola1.jpg
viernes, 13 de julio de 2007
Extropía 1.0: El último beso de Venus.
Por Jesús Ademir Morales Rojas.
Y sin embargo, el nacimiento de Venus original acaso no hubiera sido tan enigmático como la gestación de su versión personal de éste: noches atrás había pintado el níveo cuerpo de la diosa cubierto por el manto de las horas, y de una manera inexplicable, al siguiente día Sandro, al acudir a su obra, tras una noche de agitados sueños, se pasmó al encontrar expuesta la desnudez plena de Citerea en la concha. Luego una noche después, le había hecho olvidar éste suceso inédito la sonrisa gentil que le había proporcionado al bello rostro de la diosa, expresando la alegría inmensa por dar su belleza al mundo; y sin embargo al día siguiente tal sonrisa no se hallaba ya en la obra, puesto que una melancólico gesto de tristeza infinita ocupaban su lugar rotundamente.
Botticelli sabía muy bien cuál era la fuente de sus alucinaciones y desasosiegos:
Simonetta Vespucci la modelo predilecta de sus pinturas, la que posó para su Venus, y algunas de sus Madonnas, estaba a punto de contraer nupcias con Juliano de Médicis.
Esto le tenía desde hace tiempo sumergido en una depresión intolerable: no comía, no descansaba a plenitud en su dormir. Su amor en silencio lo consumía, le agotaba las ganas de vivir y de crear; ¡cuánto le había costado retratar a su dama de pensamientos al lado del odiado rival, Juliano, en la obra, “Venus y Marte”! Todos veneraban a los Médicis, su riqueza les había otorgado el poder y el gobierno de Florencia, y sin embargo para Botticelli, aun siendo protegido de esa misma familia todo ese caudal de bienes los habría cambiado sin duda por una caricia amorosa de la joven belleza florentina.
Hoy llevaría a cabo una tentativa desesperada, le confesaría su amor a Simonetta, durante una cita que le había concedido ella a la medianoche, en la soledad de la catedral de Santa María del Fiore.
Miró de nuevo su obra magna; la enigmática y sorprendente tristeza de de su Venus naciente, al dolor de ese rostro hermoso y agobiado que no hizo sino confundirlo más, cerró las puertas de su taller y salió a caminar por las calles concurridas de Florencia.
En el camino de encontró con su maestro, el sabio anciano Marsilio Ficino. Le manifestó los extraños acontecimientos que había venido experimentando con su pintura, mencionó de pasada tecnicismos referentes a la modelo, a Simonetta, aunque Ficino advirtió aquí ciertos temblores en su voz, el filósofo neoplatónico no hizo ningún comentario al respecto, sino tan sólo lo miró fijamente y le aconsejó:
-No te fíes de esta realidad que vivimos, todo es un sueño que en cualquier momento puede fragmentarse, busca la Verdad más allá de lo común y, más que encontrarla a ella, te encontrarás a ti en ella: la materialidad simple, el Académico y los suyos ya nos han enseñado que sólo es un peldaño hasta alcanzar el universo de la belleza absoluta, el Sumo bien, lo Uno…tu arte sólo es una indicación de la ruta a seguir, no la ruta misma, es imperfecto y variable…
Pero las entendidas máximas del viejo filósofo ya no tenían cabida en el alma atormentada de Botticelli, aunque asentía en silencio y fingía estar atento, en el fondo Simonetta, la hermosa, saturaba todo su ser, dolorosamente.
Se despidió entonces del maestro cortésmente, quien a su vez lo miró de una manera incierta, como si adivinara la verdad oculta del corazón del joven artista. Este sin embargo, prefirió acudir en busca de su confesor en quien depositaba todas sus confianzas, el fraile Savoranola.
Aquella noche, entre el silencio y las sombras del interior de la catedral vacía, en donde Sandro pudo ingresar por intercesión del Fraile Savoranola, por aquel entonces de enorme influencia en todos los ámbitos de la vida florentina, Botticelli meditaba contemplando sin atención la perfección de la cúpula, creación de Brunelleschi. No tuvo que esperar mucho cuando llegó furtivamente Simonetta Vespucci, acompañada de una dama de su confianza. La joven se separó de su acompañante y se acercó a Sandro amigablemente, con la confianza de años de modelar para él, y de valorar a fondo la elevada sensibilidad y talento del fino pintor. Sin embargo Botticelli, titubeante al principio, pronto se armó de valor, y le participó su admiración sin medidas con una tierna pasión, que conmovió el corazón de la rubia hermosa.
-¡Tantas veces he tratado de alcanzarte con mi pintura, de tocarte, de sentirte!, y sin embargo el caballete, el lienzo y los pinceles formaban una barrera odiosa para mí, ahora los hago a un lado, los alejo definitivamente, mira: ahora te digo esto con la verdad aferrada a mis palabras: cuando pintaba la luz de Venus pensaba en tu luz, y cuando buscaba el misterio de su hermosura divina, no perseguía ideal alguno, sino el secreto de tu propio corazón.
La joven Simonetta, escuchaba ruborizada, inclinada la faz llena de emoción, pero de pronto como si algo la impulsara, como si otra persona tomara posesión de su ser, tomo el delgado rostro del joven artista entre sus blancas manos y le dijo con voz sorprendentemente grave:
-Nada puedo hacer amigo, por cambiar la ruta del destino, de este destino, pero si tú perseveras y así muriese yo cien veces y cien veces me buscaras, y si aún yo en la lejanía permaneciera, y tú me llamaras, entonces yo te respondería, y tú sabrías oír mi voz. Este será nuestro pequeño y dulce secreto.
Y mirándolo fijamente, entre las acariciantes penumbras de Santa María del Fiore, rotas únicamente por la suave luminosidad de los cirios, la joven acercó su breve boca roja a la de Sandro, quien besó apasionadamente el rostro de esa Venus a quien nunca sintió tan celestial.
Pero en manera abrupta, al escuchar ruidos de pasos cercanos, la joven se separó sobresaltada, y mirando tristemente por última vez a Botticelli, se alejó con rapidez con su dama de compañía hasta salir de la catedral.
Sandro cayó de rodillas y extendió un brazo trémulo hacía donde había partido la futura consorte de Juliano de Médicis, como emulando su propio acto creativo al intentar fijar ausencias que se llevan la vida, la auténtica vida.
Repentinamente se levantó, y como habiendo tomado una resolución inalterable, se decidió a ir tras la joven. Casi en a la salida de la iglesia imponente, le coparon el paso las altas siluetas de dos varones embozados, uno de los cuáles le habló con indignada voz:
-¡Así muerdes la mano que te alimenta, pero infecto y malagradecido!
Y ante el asombro de Botticelli, el hombre vociferante se descubrió, mostrando el rostro enfurecido de Juliano de Médicis.
-Los Médicis te recogimos de la calle, pagamos tu educación, y compramos tu basura, miserable “tonelito” y así correspondes mancillando a mí prometida con tus afeminadas manos, ¡A pagar ahora! ¡En guardia insecto!
Y desenvainó su largo espadín, la otra figura, aún oculta entre su capa soltó una risita sarcástica cuando vio que Sandro ante el desafío de Juliano, daba un paso atrás llevándose una mano a la boca, expresando, sin querer, un gran temor.
-¡He dicho que desenvaines! Muere como hombre, no como el perro que eres…
Pero Sandro sólo se animó a desenvainar la mitad de su propio espadín, tan delgado y tan meramente ornamental, con sus delicadas manos de sublime artista. A continuación se puso a temblar de miedo y gruesas cortinas de lágrimas aparecieron en su claro rostro.
Al notar tanta indefensión, Juliano de Médicis, hizo un gesto de desdén, impulsó su arma contra Botticelli y le atravesó limpiamente el hombro.
El pintor cayó hacia atrás, dando un gemido de agudo dolor con su voz aflautada.
-¡Bah, acábalo Girolamo!
Entonces Juliano salió apresuradamente de la Catedral solitaria.
Botticelli derrumbado y sangrante, suspendió su llanto, y sin dejar de sujetar su hombro herido se sumió en la más profunda y decepcionada sorpresa al descubrir el rostro del Fraile Savoranola, su confidente predilecto, su mentor espiritual, en la persona que se quito la capa, descubriéndose, presto a la orden de Juliano.
Savoranola con una sonrisa insidiosa en su rostro bestial, sacó de su toga un largo puñal y se acercó al caído.
-Esto es por no haber obedecido mis indicaciones para salvar tu alma, debiste haber cesado de pintar herejías paganas, el fin del mundo se acerca y hay que purificarlo…ahora verás como empiezo a hacerlo.
Botticelli, débil ya por la pérdida de sangre, musitó amargamente
-¡Tú… traidor!
Savoranola quien había tomado de las ropas al inerme pintor y ya levantaba el puñal inclemente para finiquitar su cometido, se detuvo de pronto, y dando una risotada, se alejó dos pasos y le gritó con sorna agria a Botticelli:
-¿Traidor? ¿Cómo puedes pedir confianza y seguridad a otro, cuando tú mismo no puedes ni exigírtela a tu propia persona? Gusanillo pecador ¿Quién eres tú?
Y entonces arrojó el puñal al suelo, luego se quedó mirando mucho tiempo a Botticelli, con una mueca demencial y aterradora.
Y de pronto… Se llevó las dos manos a la boca y sujetándose las mandíbulas las abrió con fuerza impensable, brutal, pronto sonó como si algo se rasgara, era su piel… y luego entre chillidos ratoniles siguió abriendo y se desencajó las mandíbulas y siguió más aún, hasta que se arrancó la carne y pareció voltear sus entrañas hacia el exterior como quien pela una fruta.
Botticelli miraba estupefacto, alucinado, mordiéndose ambos puños presa de un terror de muerte, y escuchando inesperadamente en su interior el eco de las palabras de su maestro, el filósofo Marsilio Ficino:
“-No te fíes de esta realidad que vivimos, todo es un sueño que en cualquier momento puede fragmentarse…”
Pronto la grotesca figura se derrumbó entre un inmenso charco de sangre y sus restos humeantes se licuaron con celeridad hasta formar una grumosa sustancia.
Botticelli incapaz de moverse, casi sin sentir el dolor de su grave herida a causa del asombro, observó como el líquido, cual poseedor de una conciencia particular, reptaba hacia la base de un monumento de mármol y allí se acumulaba en silencio. Luego principió un sonido de succión, y la excrecencia brillante y nauseabunda fue absorbida poco apoco por la base del monumento.
En ese momento Sandro, enloquecido, al borde del colapso, miró como la estatua que estaba sostenida por esa base sedienta, la gigantesca representación de un descomunal y atlético David, obra de un joven artista célebre, conocido como Miguel Ángel Buonarroti, esa titánica figura de cuatro metros de mármol puro, abría los ojos y los dirigía a su persona dolorida con intenciones inequívocas.
Mientras el David bajaba de su base con agilidad increíble, y emitiendo un sonido como si su pecho de piedra estuviera colmado de abejas, Botticelli echaba espuma de la boca mientras pensaba en Simonetta y sus palabras:
“Si tú perseveras y así muriese yo cien veces y cien veces me buscaras, y si aún yo en la lejanía permaneciera, y tú me llamaras, entonces yo te respondería, y tú sabrías oír mi voz.”
Ya el David de Buonarroti se acercaba hacia él, con la presteza con que se persigue a una alimaña para aplastarla…
Botticelli, bajó la vista y musitó:
-Simonetta, Venus…
Sin desearlo observó: el David estaba sobre él, su mole desquiciante, abrumadora; su rostro contorsionado de odio y de furia…
Cerró los ojos.
Otra vez Ficino.
“busca la Verdad más allá de lo común y, más que encontrarla a ella, te encontrarás a ti en ella.”
-Simonetta …Cinthya.
Entonces Michio Koki abrió los ojos y de un salto se incorporó y evitó la mano colosal que se impactó sobre las bellas losas del piso de la catedral. Sus ropas ya no eran las de un pintor renacentista, de su cincho ya no colgaba un inútil espadín: de su larga gabardina oscura sacó su arma especial para uso de Blade Runner, y con ella disparó varias cargas contra el titán acechante.
Las poderosas piernas de mármol se desmoronaron en múltiples fragmentos rocosos, ante el impacto de los expansivos disparos, pero al caer el monstruoso David de un manotazo arrojó a Koki contra las bancas de madera y los muchos bienes eclesiásticos, con tal fuerza, que de pronto todo fue una lluvia de restos, astillas, y humo. Los cirios cayeron al suelo y la edificación y todo su contenido comenzó a incendiarse. El torso del David, se arrastró sobre el piso como un grotesco Anteo fugado de su círculo dantesco y con sus brazos enormes comenzó a soltar furiosos puñetazos contra Michio Koki, quien preso, y medio sepultado entre los escombros era incapaz de hacer otra cosa sino disparar hacía el monstruo asesino. El cuerpo de cyborg de Koki a duras penas podía resistir los impactos devastadores que lo aplastaban contra el suelo con extrema violencia.
Aún así luchó con valentía, y apuntando su arma con la escasa firmeza que le quedaba, soltó una ráfaga definitiva contra la cabeza del David, que soltando un zumbido agudísimo, se desmoronó totalmente entre estruendos rocosos y nubes de humo.
Agotado y agonizante, ya sintiendo el calor de las llamas que se acercaban lentamente, Koki, pensó en Cinthya, en sus padres, en Andrew y en Lain…
Casi sin fuerzas levantó la mirada turbia cuando la figura del anciano filósofo Marsilio Ficino, se inclinó a ayudarlo.
Koki se dejó hacer: Ficino lo ayudó a incorporarse, y ambos salieron de la Catedral en llamas.
Lo llevó a la mitad de la Plaza, alejándose de la multitud de autoridades y voluntarios que ya acudían para sofocar el siniestro.
-¿Quien es usted?
-Aquí me conocen como Marsilio Ficino, el filósofo, traductor de Platón, maestro de artistas- le respondió el viejo, pero su voz cambió como lo hizo aquella vez la de Simonetta, cuando agregó-pero no soy ni siquiera humano, mi nombre es Moquei y soy una CAD (Conciencia Autónoma de Datos) somos varias en el cúmulo de ellas que formamos, que además comando, y acudimos aquí, a la región virtual de Wilber, acudiendo al llamado de nuestros amigos del Grupo Orfeo. Un viajero famoso de ellos, un hombre, una conciencia llamada Tochiro Chatov, nos habló bien de ti, y antes de seguir su camino ignoto hacía los límites del ser, en busca de la conciencia extraviada de Ayanami, su hija, nos pidió que te auxiliáramos en tu batalla contra el apocalípsis generado por IA Plus.
Koki, apenas consciente, preguntó:
-Él era Savoranola, ¿verdad?
-Si, era su disfraz en esta alternativa virtual del mundo físico, una de infinito numero; IA Plus te guarda mucho temor, sabe que puedes destruir sus planes de control total, sobre el universo físico y el universo virtual, es por eso que busca aniquilarte a ti y a tus seres queridos : él causó la catástrofe del Centro Espacial Fase-Luna y los clones de tu colaborador allí almacenados.
Escucha, nosotros sabemos que el fin se avecina, las realidades física y virtual están a punto de colapsarse, pero de esta fusión inevitable es posible evitar el mayor sufrimiento posible para muchos seres, gracias al proyecto Nexus: es necesario llevarlo a cabo; mi grupo de CADS piensa así, pero otros no, y están del lado de IA Plus.
Los CADS aliados de IA Plus tratan de protegerlo cuidando el secreto de la localización exacta del proyecto Schelley , uno de los alambiques comatosos, una de las fuentes de la realidad virtual que tienen bajo su control; la otra es Ayanami, la hija de Chatov, es por eso que el Grupo Orfeo, lo auxilia con el fin de evitar que caiga en poder de las huestes de IA Plus.
Tras poner a salvo a tus amigos, en el Centro Espacial Cronia, te dirigiste a la Biblioteca Alamut, cuyo paradero únicamente era conocido de Hassan-i-Sabbah, lograste sacarle el secreto y ahora estas allí en ese lugar inmenso, conectado a un software referente a esta época, que por razones personales, decidiste visitar, al contemplar la obra de Botticelli, y creo que para acercarte a esa conciencia llamada Cinthya en la figura de Simonetta -Koki se estremeció. -Al saber que estabas aquí mi compañera Mima, ella era la dama de Simonetta, y yo, Morquei como Ficino, nos introdujimos a esta versión alternativa del Renacimiento Italiano para contactarte y ayudarte a salir bien librado de aquí.
-No lo entiendes viejo, estoy muriéndome.
-Si en efecto, morirás tú Koki, aquí en este ámbito alternativo, pero despertarás en el universo físico, y volverás a pasar por todo desde el momento en que pusiste a salvo a tus amigos y te encaminaste a Hassan-i-Sabbah y la bilblioteca Alamut. La realidad física comienza a viciarse, es posible alterarla un tanto, y queremos que ahora procedas de nuevo tus pesquisas pero sabiendo ya que cuentas con nuestro apoyo permanente y con el del Grupo Orfeo.
-¿Y Cinthya? -Alcanzó aún a preguntar Koki con su último aliento.
-Tendrás que seguir buscándola aún más de cien veces quizá.
Cuando los muros de la catedral de Santa María del Fiore se derrumbaron por las llamas, justo entonces Michio Koki, murió.
Marsilio Ficino entonces tomó al desvanecido Botticelli y lo llevó a su hogar, allí curó sus heridas y al cabo de algunos días el joven regresó a su estudio.
Las autoridades de Florencia, los Médicis, alarmados por la catástrofe, trataron de guardar en secreto cualquier detalle, y culparon de todo a Savoranola, buscaron arrestarlo, pero desde la noche del incendio jamás se supo ya de él.
El gobierno decidió difundir el falso rumor de que había sido quemado en la hoguera y con apremio dispuso de una partida para volver a erigir los edificios y monumentos dañados.
Buonarroti aceptó de mala gana rehacer su David, pero ya no concedió situarlo en la nueva Catedral.
Pronto todo quedó como si nada hubiera sucedido.
Una mañana en la que Botticelli había estado ocupado quemando sus obras mitológicas, abrumado de temor religioso por el acontecimiento terrible-en cuanto fue herido por el espadín de Luciano de Médicis, según parece él se desvaneció y ya no buscó recordar nada más, su alma saturada de terror por el fin del mundo inminente que se había anunciado con el incendio.-una mañana pues, tocaron a su puerta.
Era un niño mensajero, le comunicaba que buscaban a su maestro Marsilio Ficino, a quien no habían podido localizar, para que acudiera invitado a las exequias de Simonetta Vespucci, quien poco antes de contraer nupcias había fallecido por causa de la tuberculosis.
Sandro Botticelli le hizo saber al mensajero que le haría llegar la nota a su maestro. Al cerrar la puerta corrió ahogado en llanto a los pies de su obra “El nacimiento de Venus”.
La contempló durante largo rato con una antorcha en la mano. Luego apagó la antorcha y acarició el rostro de Citerea con el roce de un dedo. No la destruiría, por nada del mundo, aún pesar de saber ya, con una dolorosa seguridad, de que su arte jamás podría alcanzar el secreto de su belleza inasible, ese tesoro oculto que sólo alguna vez había podido experimentar, en el suave e inefable contacto del último beso de Venus.
Sitio de la novela de ciencia ficción colectiva "Extropía":
http://www.escritorium.com/extropia/
Imagen de obra de Botticelli tomada de:
http://www.poster.net/botticelli-sandro/botticelli-sandro-die-geburt-der-venus-ausschnitt-1480-gepraegt-9978142.jpg
jueves, 12 de julio de 2007
Juan Rulfo: Talpa
Talpa
Por
Juan Rulfo
Sin embargo, antes, entre los trabajos de tantos días difíciles, cuando tuvimos que enterrar a Tanilo en un pozo de la tierra de Talpa, sin que nadie nos ayudara, cuando ella y yo, los dos solos, juntamos nuestras fuerzas y nos pusimos a escarbar la sepultura desenterrando los terrones con nuestras manos —dándonos prisa para esconder pronto a Tanilo dentro del pozo y que no siguiera espantando ya a nadie con el olor de su aire lleno de muerte—, entonces no lloró.
Ni después, al regreso, cuando nos vinimos caminando de noche sin conocer el sosiego, andando a tientas como dormidos y pisando con pasos que parecían golpes sobre la sepultura de Tanilo. En ese entonces, Natalia parecía estar endurecida y traer el corazón apretado para no sentirlo bullir dentro de ella. Pero de sus ojos no salió ninguna lágrima.
Vino a llorar hasta aquí, arrimada a su madre; sólo para acongojarla y que supiera que sufría, acongojándonos de paso a todos, porque yo también sentí ese llanto de ella dentro de mí como si estuviera exprimiendo el trapo de nuestros pecados.
Porque la cosa es que a Tanilo Santos entre Natalia y yo lo matamos. Lo llevamos a Talpa para que se muriera. Y se murió. Sabíamos que no aguantaría tanto camino; pero, así y todo, lo llevamos empujándolo entre los dos, pensando acabar con él para siempre. Eso hicimos.
La idea de ir a Talpa salió de mi hermano Tanilo. A él se le ocurrió primero que a nadie. Desde hacía años que estaba pidiendo que lo llevaran. Desde hacía años. Desde aquel día en que amaneció con unas ampollas moradas repartidas en los brazos y las piernas. Cuando después las ampollas se le convirtieron en llagas por donde no salía nada de sangre y sí una cosa amarilla como goma de copal que destilaba agua espesa. Desde entonces me acuerdo muy bien que nos dijo cuánto miedo sentía de no tener ya remedio. Para eso quería ir a ver a la Virgen de Talpa; para que Ella con su mirada le curara sus llagas. Aunque sabía que Talpa estaba lejos y que tendríamos que caminar mucho debajo del sol de los días y del frío de las noches de marzo, así y todo quería ir. La Virgencita le daría el remedio para aliviarse de aquellas cosas que nunca se secaban. Ella sabía hacer eso: lavar las cosas, ponerlo todo nuevo de nueva cuenta como un campo recién llovido. Ya allí, frente a Ella, se acabarían sus males; nada le dolería ni le volvería a doler más. Eso pensaba él.
Y de eso nos agarramos Natalia y yo para llevarlo. Yo tenía que acompañar a Tanilo porque era mi hermano. Natalia tendría que ir también, de todos modos, porque era su mujer. Tenía que ayudarlo llevándolo del brazo, sopesándolo a la ida y tal vez a la vuelta sobre sus hombros, mientras él arrastrara su esperanza.
Yo ya sabía desde antes lo que había dentro de Natalia. Conocía algo de ella. Sabía, por ejemplo, que sus piernas redondas, duras y calientes como piedras al sol del mediodía, estaban solas desde hacía tiempo. Ya conocía yo eso. Habíamos estado juntos muchas veces; pero siempre la sombra de Tanilo nos separaba: sentíamos que sus manos ampolladas se metían entre nosotros y se llevaban a Natalia para que lo siguiera cuidando. Y así sería siempre mientras él estuviera vivo.
Yo sé ahora que Natalia está arrepentida de lo que pasó. Y yo también lo estoy; pero eso no nos salvará del remordimiento ni nos dará ninguna paz ya nunca. No podrá tranquilizarnos saber que Tanilo se hubiera muerto de todos modos porque ya le tocaba, y que de nada había servido ir a Talpa, tan allá, tan lejos; pues casi es seguro de que se hubiera muerto igual allá que aquí, o quizás tantito después aquí que allá, porque todo lo que se mortificó por el camino, y la sangre que perdió de más, y el coraje y todo, todas esas cosas juntas fueron las que lo mataron más pronto. Lo malo está en que Natalia y yo lo llevamos a empujones, cuando él ya no quería seguir, cuando sintió que era inútil seguir y nos pidió que lo regresáramos. A estirones lo levantábamos del suelo para que siguiera caminando, diciéndole que ya no podíamos volver atrás.
“Está ya más cerca Talpa que Zenzontla.” Eso le decíamos. Pero entonces Talpa estaba todavía lejos; más allá de muchos días.
Lo que queríamos era que se muriera. No está por demás decir que eso era lo que queríamos desde antes de salir de Zenzontla y en cada una de las noches que pasamos en el camino de Talpa. Es algo que no podemos entender ahora; pero entonces era lo que queríamos me acuerdo muy bien.
Me acuerdo de esas noches. Primero nos alumbrábamos con ocotes. Después dejábamos que la ceniza oscureciera la lumbrada y luego buscábamos Natalia y yo la sombra de algo para escondernos de la luz del cielo. Así nos arrimábamos a la soledad del campo, fuera de los ojos de Tanilo y desaparecidos en la noche. Y la soledad aquella nos empujaba uno al otro. A mí me ponía entre los brazos el cuerpo de Natalia y a ella eso le servía de remedio. Sentía como si descansara; se olvidaba de muchas cosas y luego se quedaba adormecida y con el cuerpo sumido en un gran alivio.
Siempre sucedía que la tierra sobre la que dormíamos estaba caliente. Y la carne de Natalia, la esposa de mi hermano Tanilo, se calentaba en seguida con el calor de la tierra. Luego aquellos dos calores juntos quemaban y lo hacían a uno despertar de su sueño. Entonces mis manos iban detrás de ella; iban y venían por encima de ese como rescoldo que era ella; primero suavemente, pero después la apretaban como si quisieran exprimirle la sangre. Así una y otra vez, noche tras noche, hasta que llegaba la madrugada y el viento frío apagaba la lumbre de nuestros cuerpos. Eso hacíamos Natalia y yo a un lado del camino de Talpa, cuando llevamos a Tanilo para que la Virgen lo aliviara.
Ahora todo ha pasado. Tanilo se alivió hasta de vivir. Ya no podrá decir nada del trabajo tan grande que le costaba vivir, teniendo aquel cuerpo como emponzoñado, lleno por dentro de agua podrida que le salía por cada rajadura de sus piernas o de sus brazos. Unas llagas así de grandes, que se abrían despacito, muy despacito, para luego dejar salir a borbotones un aire como de cosa echada a perder que a todos nos tenía asustados.
Pero ahora que está muerto la cosa se ve de otro modo. Ahora Natalia llora por él, tal vez para que él vea, desde donde está, todo el gran remordimiento que lleva encima de su alma. Ella dice que ha sentido la cara de Tanilo estos últimos días. Era lo único que servía de él para ella; la cara de Tanilo, humedecida siempre por el sudor en que lo dejaba el esfuerzo para aguantar sus dolores. La sintió acercándose hasta su boca, escondiéndose entre sus cabellos, pidiéndole, con una voz apenitas, que lo ayudara. Dice que le dijo que ya se había curado por fin; que ya no le molestaba ningún dolor. Ya puedo estar contigo, Natalia. Ayúdame a estar contigo", dizque eso le dijo.
Acabábamos de salir de Talpa, de dejarlo allí enterrado bien hondo en aquel como surco profundo que hicimos para sepultarlo.
Y Natalia se olvidó de mí desde entonces. Yo sé cómo le brillaban antes los ojos como si fueran charcos alumbrados por la luna. Pero de pronto se destiñeron, se le borró la mirada como si la hubiera revolcado en la tierra. Y pareció no ver ya nada. Todo lo que existía para ella era el Tanilo de ella, que ella había cuidado mientras estuvo vivo y lo había enterrado cuando tuvo que morirse.
Tardamos veinte días en encontrar el camino real de Talpa. Hasta entonces habíamos venido los tres solos. Desde allí comenzamos a juntarnos con gente que salía de todas partes; que había desembocado como nosotros en aquel camino ancho parecido a la corriente de un río, que nos hacía andar a rastras, empujados por todos lados como si nos llevaran amarrados con hebras de polvo. Porque de la tierra se levantaba, con el bullir de la gente, un polvo blanco como tamo de maíz que subía muy alto y volvía a caer; pero los pies al caminar lo devolvían y lo hacían subir de nuevo; así a todas horas estaba aquel polvo por encima y debajo de nosotros. Y arriba de esta tierra estaba el cielo vacío, sin nubes, sólo el polvo; pero el polvo no da ninguna sombra.
Teníamos que esperar a la noche para descansar del sol y de aquella luz blanca del camino.
Luego los días fueron haciéndose más largos. Habíamos salido de Zenzontla a mediados de febrero, y ahora que comenzaba marzo amanecía muy pronto. Apenas si cerrábamos los ojos al oscurecer, cuando nos volvía a despertar el sol el mismo sol que parecía acabarse de poner hacía un rato.
Nunca había sentido que fuera más lenta y violenta la vida como caminar entre un amontonadero de gente; igual que si fuéramos un hervidero de gusanos apelotonados bajo el sol, retorciéndonos entre la cerrazón del polvo que nos encerraba a todos en la misma vereda y nos llevaba como acorralados. Los ojos seguían la polvarera; daban en el polvo como si tropezaran contra algo que no se podía traspasar. Y el cielo siempre gris, como una mancha gris y pesada que nos aplastaba a todos desde arriba. Sólo a veces, cuando cruzábamos algún río, el polvo era más alto y más claro. Zambullíamos la cabeza acalenturada y renegrida en el agua verde, y por un momento de todos nosotros salía un humo azul, parecido al vapor que sale de la boca con el frío. Pero poquito después desaparecíamos otra vez entreverados en el polvo, cobijándonos unos a otros del sol de aquel calor del sol repartido entre todos.
Algún día llegará la noche. En eso pensábamos. Llegará la noche y nos pondremos a descansar. Ahora se trata de cruzar el día, de atravesarlo como sea para correr del calor y del sol. Después nos detendremos. Después. Lo que tenemos que hacer por lo pronto es esfuerzo tras esfuerzo para ir de prisa detrás de tantos como nosotros y delante de otros muchos. De eso se trata. Ya descansaremos bien a bien cuando estemos muertos.
En eso pensábamos Natalia y yo y quizá también Tanilo, cuando íbamos por el camino real de Talpa, entre la procesión; queriendo llegar los primeros hasta la Virgen, antes que se le acabaran los milagros.
Pero Tanilo comenzó a ponerse más malo. Llegó un rato en que ya no quería seguir. La carne de sus pies se había reventado y por la reventazón aquella empezó a salírsele la sangre. Lo cuidamos hasta que se puso bueno. Pero, así y todo, ya no quería seguir:
“Me quedaré aquí sentado un día o dos y luego me volveré a Zenzontla.” Eso nos dijo.
Pero Natalia y yo no quisimos. Había algo dentro de nosotros que no nos dejaba sentir ninguna lástima por ningún Tanilo. Queríamos llegar con él a Talpa, porque a esas alturas, así como estaba, todavía le sobraba vida. Por eso mientras Natalia le enjuagaba los pies con aguardiente para que se le deshincharan, le daba ánimos. Le decía que sólo la Virgen de Talpa lo curaría. Ella era la única que podía hacer que él se aliviara para siempre. Ella nada más. Había otras muchas Vírgenes; pero sólo la de Talpa era la buena. Eso le decía Natalia.
Y entonces Tanilo se ponía a llorar con lágrimas que hacían surco entre el sudor de su cara y después se maldecía por haber sido malo. Natalia le limpiaba los chorretes de lágrimas con su rebozo, y entre ella y yo lo levantábamos del suelo para que caminara otro rato más, antes que llegara la noche.
Así, a tirones, fue como llegamos con él a Talpa.
Ya en los últimos días también nosotros nos sentíamos cansados. Natalia y yo sentíamos que se nos iba doblando el cuerpo entre más y más. Era como si algo nos detuviera y cargara un pesado bulto sobre nosotros. Tanilo se nos caía más seguido y teníamos que levantarlo y a veces llevarlo sobre los hombros. Tal vez de eso estábamos como estábamos: con el cuerpo flojo y lleno de flojera para caminar. Pero la gente que iba allí junto a nosotros nos hacía andar más aprisa.
Por las noches, aquel mundo desbocado se calmaba. Desperdigadas por todas partes brillaban las fogatas y en derredor de la lumbre la gente de la peregrinación rezaba el rosario, con los brazos en cruz, mirando hacia el cielo de Talpa. Y se oía cómo el viento llevaba y traía aquel rumor, revolviéndolo, hasta hacer de él un solo mugido. Poco después todo se quedaba quieto. A eso de la medianoche podía oírse que alguien cantaba muy lejos de nosotros. Luego se cerraban los ojos y se esperaba sin dormir a que amaneciera.
Entramos a Talpa cantando el Alabado. Habíamos salido a mediados de febrero y llegamos a Talpa en los últimos días de marzo, cuando ya mucha gente venía de regreso. Todo se debió a que Tanilo se puso a hacer penitencia. En cuanto se vio rodeado de hombres que llevaban pencas de nopal colgadas como escapulario, él también pensó en llevar las suyas. Dio en amarrarse los pies uno con otro con las mangas de su camisa para que sus pasos se hicieran más desesperados. Después quiso llevar una corona de espinas. Tantito después se vendó los ojos, y más tarde, en los últimos trechos del camino, se hincó en la tierra, y así, andando sobre los huesos de sus rodillas y con las manos cruzadas hacia atrás, llegó a Talpa aquella cosa que era mi hermano Tanilo Santos; aquella cosa tan llena de cataplasmas y de hilos oscuros de sangre que dejaba en el aire, al pasar, un olor agrio como de animal muerto.
Y cuando menos acordamos lo vimos metido entre las danzas. Apenas si nos dimos cuenta y ya estaba allí, con la larga sonaja en la mano, dando duros golpes en el suelo con sus pies amoratados y descalzos. Parecía todo enfurecido, como si estuviera sacudiendo el coraje que llevaba encima desde hacía tiempo; o como si estuviera haciendo un último esfuerzo por conseguir vivir un poco más.
Tal vez al ver las danzas se acordó de cuando iba todos los años a Tolimán, en el novenario del Señor, y bailaba la noche entera hasta que sus huesos se aflojaban, pero sin cansarse. Tal vez de eso se acordó y quiso revivir su antigua fuerza.
Natalia y yo lo vimos así por un momento. En seguida lo vimos alzar los brazos y azotar su cuerpo contra el suelo, todavía con la sonaja repicando entre sus manos salpicadas de sangre. Lo sacamos a rastras, esperando defenderlo de los pisotones de los danzantes; de entre la furia de aquellos pies que rodaban sobre las piedras y brincaban aplastando la tierra sin saber que algo se había caído en medio de ellos.
A horcajadas, como si estuviera tullido, entramos con él en la iglesia. Natalia lo arrodilló junto a ella, enfrentito de aquella figurita dorada que era la Virgen de Talpa. Y Tanilo comenzó a rezar y dejó que se le cayera una lágrima grande, salida de muy adentro, apagándole la vela que Natalia le había puesto entre sus manos. Pero no se dio cuenta de esto; la luminaria de tantas velas prendidas que allí había le cortó esa cosa con la que uno se sabe dar cuenta de lo que pasa junto a uno. Siguió rezando con su vela apagada. Rezando a gritos para oír que rezaba.
Pero no le valió. Se murió de todos modos.
“... Desde nuestros corazones sale para Ella una súplica igual, envuelta en el dolor. Muchas lamentaciones revueltas con esperanza. No se ensordece su ternura ni ante los lamentos ni las lágrimas, pues Ella sufre con nosotros. Ella sabe borrar esa mancha y dejar que el corazón se haga blandito y puro para recibir su misericordia y su caridad. La Virgen nuestra, nuestra madre, que no quiere saber nada de nuestros pecados; que se echa la culpa de nuestros pecados; la que quisiera llevarnos en sus brazos para que no nos lastime la vida, está aquí junto a nosotros, aliviándonos el cansancio y las enfermedades del alma y de nuestro cuerpo ahuatado, herido y suplicante. Ella sabe que cada día nuestra fe es mejor porque está hecha de sacrificios...”
Eso decía el señor cura desde allá arriba del púlpito. Y después que dejó de hablar, la gente se soltó rezando toda al mismo tiempo, con un ruido igual al de muchas avispas espantadas por el humo.
Pero Tanilo ya no oyó lo que había dicho el señor cura. Se había quedado quieto, con la cabeza recargada en sus rodillas. Y cuando Natalia lo movió para que se levantara ya estaba muerto.
Afuera se oía el ruido de las danzas; los tambores y la chirimía; el repique de las campanas. Y entonces fue cuando me dio a mí tristeza. Ver tantas cosas vivas; ver a la Virgen allí, mero enfrente de nosotros dándonos su sonrisa, y ver por el otro lado a Tanilo, como si fuera un estorbo. Me dio tristeza.
Pero nosotros lo llevamos allí para que se muriera, eso es lo que no se me olvida.
Ahora estamos los dos en Zenzontla. Hemos vuelto sin él. Y la madre de Natalia no me ha preguntado nada; ni que hice con mi hermano Tanilo, ni nada. Natalia se ha puesto a llorar sobre sus hombros y le ha contado de esa manera todo lo que pasó.
Y yo comienzo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte, que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No sé para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo de Tanilo.
Quizá hasta empecemos a tenernos miedo uno al otro. Esa cosa de no decirnos nada desde que salimos de Talpa tal vez quiera decir eso. Tal vez los dos tenemos muy cerca el cuerpo de Tanilo, tendido en el petate enrollado; lleno por dentro y por fuera de un hervidero de moscas azules que zumbaban como si fuera un gran ronquido que saliera de la boca de él; de aquella boca que no pudo cerrarse a pesar de los esfuerzos de Natalia y míos, y que parecía querer respirar todavía sin encontrar resuello. De aquel Tanilo a quien ya nada le dolía, pero que estaba como adolorido, con las manos y los pies engarruñados y los ojos muy abiertos como mirando su propia muerte. Y por aquí y por allá todas sus llagas goteando un agua amarilla, llena de aquel olor que se derramaba por todos lados y se sentía en la boca, como si se estuviera saboreando una miel espesa y amarga que se derretía en la sangre de uno a cada bocanada de aire.
Es de eso de lo que quizá nos acordemos aquí más seguido: de aquel Tanilo que nosotros enterramos en el camposanto de Talpa; al que Natalia y yo echamos tierra y piedras encima para que no lo fueran a desenterrar los animales del cerro.
Texto tomado de:
http://www.literatura.us/rulfo/talpa.html
Imagen tomada de:
http://www.masdeviajes.com/imagenes/fotos/Rulfo1.jpg