miércoles, 15 de agosto de 2007

Breves Acotaciones del Infierno VII- Avaricia


Por
Jesús Ademir Morales Rojas

Con referencia a Dante Alighieri, La Divina Comedia, Infierno, Canto VII.

Al presenciar como ingresaban Dante y Virgilio a su ámbito reservado, Plutón les amenazó con una jerigonza de oscuras interjecciones griegas, latinas, y hebreas. Sin embargo, Virgilio fue capaz de comprender el sentido de las bravatas, y además de sofocar el peligro, conminando al demonio a someterse en nombre de la potestad divina.
Es posible en esto advertir, que entonces el bien y el mal son capaces de entenderse recíprocamente, ya sea porque ambos proceden de una misma fuente, en donde eran indisociables y por lo tanto el mundo era completamente distinto en su dimensión valorativa; o porque en el fondo siguen estando unidos, y conforman una secreta unidad que da fundamento, a una realidad a la que sólo por pragmática costumbre tendemos a bifurcar, por obra de un irreflexivo maniqueísmo.

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“Allí vi más condenados que en ninguna otra parte, los cuales, formados en dos filas, se lanzaban de la una a la otra enormes pesos con todo el esfuerzo de su pecho, gritando fuertemente: dábanse grandes golpes, y después se volvía cada cual hacia atrás exclamando:-¿Por qué guardas? ¿Por qué derrochas?”

Como estos tristes seres evidencian, está ya condenado quien acapara mucho, puesto que se pierde del Todo. El que aspira a la Totalidad denota una ambición excesiva, un poco juicioso cálculo de los propios alcances; porque de inicio puede expresarse que la simple concepción de toda totalidad es un acto delimitante, que sólo se comprende por lo que deja fuera, por lo que no logra aferrar. No hay riqueza alguna que pueda cobrar sentido si no es con relación a lo que no se posee.

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Los pródigos actúan de la misma manera, sólo que más astutos, intentan disimular su avaricia en términos negativos, tratando de acaparar la nada. Cuando se percatan de lo insatisfactorio de su proceder, es demasiado tarde: ellos mismos se han arrojado, atados a su roca de tormento.

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“Ahí podrás ver, hijo mío, cuan rápidamente pasa el soplo de los bienes de la Fortuna, por los que la raza humana se enorgullece y querella. Todo el oro que existe bajo la Luna, y todo el que ha existido, no puede dar un momento de reposo a una sola de esas almas fatigadas.”

De tal modo que sea coherente expresar, que todas las riquezas acumuladas por los hombres, no valen lo que una sola lágrima motivada por el dolor, puesto que a fin de cuentas ambas brillan con la luz, pero sólo una de las dos, se evapora presta con el tiempo, y por lo tanto, acrecienta su valía.


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“-Maestro, enséñame cuál es esa Fortuna de que me hablas, y que así tiene entre sus manos los bienes del mundo.
Y él me respondió:
-¡Oh, locas criaturas! ¡Cuán grande es la ignorancia que les extravía!”

Habría que notar que sólo extraviándose entre tinieblas, fue como Dante, a la larga, logró ascender hasta el Cielo. De tal suerte que si la ignorancia es la que posibilita la desorientación total, inesperadamente, se constituya en nuestra mayor y más abundante fuente de riqueza.
“Bienaventurados los pobres de Espíritu por que de ellos será el Reino de los Cielos”.

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“He aquí por qué mientras una nación impera, otra languidece, según el juicio de Aquel que está oculto, como la serpiente en la hierba.”

Entonces el responsable de nuestro hoy, agobiante e inmerso en la desigualdad, ya no se dedica a ofrecer frutos prohibidos, ahora especula con ellos…

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“Sus transformaciones no tienen tregua; la necesidad la obliga a ser rápida; por eso cambia todo en el mundo con tanta frecuencia. Tal es esa, a quien tan a menudo vituperan los mismos que deberían ensalzarla, y de quien blasfeman y maldicen sin razón. Pero ella es feliz, y no oye esas maldiciones: contenta entre las primeras criaturas, prosigue su obra y goza en su beatitud.”

Sin duda Dante no se contiene en manifestarnos una vez más, en este pasaje, que su gran Fortuna es Beatriz, es decir, mujer.

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“Hijo, contempla las almas de los que han sido dominados por la ira…”

Y es que si el área infernal de los avaros y pródigos, conecta con la de los iracundos, acaso sea porque entregarse a la ira extrema no sea sino acapararse uno mismo hasta la consumición. Y luego darse generosamente, de cabeza, contra el vacío.
Así, sin más, ni menos.



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