sábado, 30 de junio de 2007
Breves acotaciones del Infierno III
Por
Jesús Ademir Morales Rojas.
Con referencia a Dante Alighieri, La Divina Comedia, Infierno, Canto III.
"Por mí se va a la ciudad del llanto, por mí se va al eterno dolor, por mi se va hacia la raza condenada...antes de mí no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!"
La leyenda en el umbral del infierno dantesco podría tener la singularidad, de particularizar su sentido, con referencia al castigo ameritado, y con relación directa al ser más valioso para el ingresante.
De esta manera, para Virgilio acaso quien le hablo allí fue el Salvador del mundo, que presintió alguna vez, pero que ya no conoció en vida ( ni en la muerte).
Para Dante, tal advertencia no fue quiza, sino la voz de la Poesía misma.
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"Allí, bajo un cielo sin estrellas, resuenan suspiros, quejas y profundos gemidos, de suerte que, apenas hube dado un paso, me puse a llorar. (Escuché) diversas lenguas, blasfemias horribles, palabras de dolor..."
No fue esta pluralidad de dialectos de variopinta procedencia un obstáculo para que Dante se las entendiera con los condenados del Averno. Pues es posible que todo el mútlple sufrimiento del mundo, de aquí o del más allá, pueda ser traducido al sencillo y áspero lenguaje de las lágrimas.
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"Aquellos desgraciados...estaban desnudos, y eran molestados sin tregua por las picaduras de las moscas y de las avispas que allí había; las cuales hacían correr por su rostro la sangre, que mezcladas con sus lágrimas, era recogida a sus piés por asquerosos gusanos".
No cabe duda, el infierno del hombre es el paraiso del insecto, literal y no literalmente.
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Dante y su maestro Virgilio se encuentran frente a una ribera del infernal rio Aqueronte, mismo que es como la vida: brota por medio de llantos de dolor, y desemboca en la quietud más siniestra; imposible además, por su inestabilidad, transitar plenamente a todo lo largo de su fluir. Y así, sólo queda cruzarla, apresurados y sin esperanza de retorno, aferrados a la barca de la muerte.
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Carón, el barquero que conduce a las almas condenadas cruzando el rio Aqueronte, es un ser tan anciano que quiza sólo pueda concebirse su edad, calculando el número de pecadores que ha internado, navegando, a la región del tormento; o tal vez mejor solución sea, considerar que la leyenda del umbral del Infierno tal vez haya sido escrita por él, inspirándose rencorosamente, en su propia barca.
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Es inevitable pensar que Dante y Miguel Ángel tomaron rutas paralelas por el Infierno, para llegar al Cielo: plasticidad extrema transmutada en carne, lascerada y palpitante.
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Después de Dante, de su minuciosidad acuciosa, la realidad ha ganado consistencia: ahora el mundo se asemeja más al Infierno, y no viceversa.
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Aunque en un principio el propio Carón se opuso a llevar en su embarcación al viviente Dante, hacia regiones reservadas únicamente a los difuntos, a la postre Virgilio lo obliga a transportarlos diciéndole:
"Carón, no te irrites. Así se ha dispuesto allí donde se puede todo lo que se quiere; y no preguntes más."
¿Sería que Carón recordó al ceder, a otro peregrino llamado Eneas, al que sólo permitió el paso, cuando éste le mostró la rama dorada de un árbol mágico, propiedad de Proserpina, consorte del gran Plutón, rey del mundo de los muertos?
Es posible que el tormento particular de Carón, fuese amar a una diosa nocturna, ajena e inalcanzable por completo, ni aún con todo el impulso de su barca ansiosa.
"Allí donde se puede todo lo que se quiere..." musita aciagamente el barquero infernal, cuando cruza el río llevando interminablemente a las almas transgresoras, pero no arrepentidas.
Mientras que él se queda sólo allí y allí permanece, ida y vuelta musitando...
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"Por aquí no pasa nunca aun alma pura; por lo cual si Carón se irrita contra ti, ya conoces el motivo..." le explica Virgilio a Dante. Pero entonces a continuación, se sucita un terremoto pavoroso, y se desatan vientos y relámpagos funestos. Alighieri impresionado, pierde el sentido. ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Qué nos quiere confesar entre líneas el poeta florentino con este singular pasaje?
Acaso que tal vez su alma no era ciertamente pura, en lo profundo.
¿Quiza por el remordimiento de haber alejado del centro de sus atenciones a Gemma Donati, su auténtica y legítima esposa, por la ciega obsesión de una Beatriz quimérica?
¿O por el recuerdo de haber arrastrado a sus hijos a una vida de destierro permanente tal vez por unas meras y no reconocidas ambiciones políticas?
No lo sabemos, lo cierto es que por algún oscuro motivo, al volver en sí, no miró hacia atrás en ningún momento, y decidió seguir adentrándose, en la ruta de un sólo sentido, de su propio infierno.
Copyright © Jesús Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados.
Imagen de obra de Delacroix tomada de:
http://www.telecable.es/personales/angel1/pinrom/delacroix/Barca%20de%20Dante.jpg
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