Por Jesús Ademir Morales Rojas
“PELIGRO: AREA DE PRUEBAS BIOQUIMICAS”
Así decía el letrero sucio y carcomido justo a las afueras de aquel pueblo del oeste, donde se localizaban presumiblemente los restos de la Biblioteca Alamut ansiados por Michio Koki. El cyborg ocultó su spinner en un hoyo que practicó entre la arena del desierto, y que cubrió con matorrales dispersos. Koki se aproximó luego, a los bordes del cráter enorme. El pueblito se encontraba justo en el centro de aquel enorme agujero, caprichosamente definido en su circularidad. Bajó hasta allí con ciertos trabajos. Mientras lo hacía, divisó a la distancia a mucha gente inmersa en su cotidiana actividad provincial. Pero conforme descendía, el ambiente se tornaba enrarecido y turbio. Y sin embargo las personas estaban allí, como si nada, en las calles y también asomadas por las ventanas de las casas. Cuando Koki pisó, por fin, el pueblo silencioso, algo crujió bajo el peso de su bota industrial. Miró a sus pies: allí yacía una blanca paloma hecha pedazos, por su pisada. ¿Cómo había sido eso posible?
Entonces estudió de nuevo a las personas del lugar: de entre la muchedumbre se concentró en una niña persiguiendo a un perrito; unas señoras con bolsas de compras al brazo y sonriendo entre sí; un policía severo dirigiendo un tráfico demasiado tranquilo…
Koki se percató de que todos los habitantes visibles del pueblo estaban petrificados, cual si hubiesen sido congelados en cierto momento del tiempo. Deambuló luego, por entre las calles calmas de aquél sitio espeluznante. Lo que hubiera sucedido allí parecería haber sorprendido a esas personas, como si hubiesen sido fijadas en ese limbo impensable, sin darse cuenta, mientras se ocupaban de sus más comunes actividades. Era un pequeño mundo de cristal, triste y extraordinario. Cuando Koki retornó al lugar donde reposaba el cuerpo roto de la paloma, se inclinó y llevó a sus manos la suave y blanca cabecita, cuyo único ojo negro y dolorido parecía centrar su mirada ciega en Michio Koki, con dolorido reproche. Impulsado por una súbita ternura, besó la diminuta cabeza emplumada. Fue entonces que percibió el olor a nitrógeno líquido, y pasmado, comprendió todo.
Conmovido y asqueado por la desventurada suerte que había padecido aquella comunidad grotesca de “conejillos de Indias”, Koki se internó otra vez en aquel pequeño laberinto de construcciones bajas erosionado por el viento y la arena. De pronto, justo en el centro del pueblo, dentro de una sombría construcción en ruinas, escuchó murmullos. Penetró en al ámbito misterioso y semivacío: alguien estaba allí, de cara contra la esquina formada por unos muros estropeados, en una esquina del habitáculo sucio y con inmundicias desperdigadas. Esta persona se asomaba con ansiedad a una grieta torcida del muro, como si quisiera desesperadamente mirar a través de ella, buscando algo imperiosamente. Koki intrigado se acercó y le puso la mano en el hombro trémulo, quiso hablarle. Cuando la persona se volvió hacia él, Koki pudo contemplar a la mujer más hermosa que jamás halló en su vida; más aún que su Cinthya; esplendorosa aún
desarrapada y con una falta de aseo evidente. Ella le contó entre suspiros y tartamudeos, que por entre la grieta se podía uno asomar a un mundo de:
-Estructuras bellas y extrañas, cielos de plasma lavanda, robots árbol formando bosques inteligentes, androides sirena de ojos violeta y figura escultural, hipnóticas máquinas de deseo ... Nuevas formas que alcanzan el campo de fuerza extrópica… puntos brillantes encima del horizonte, como joyas de luz. Niñas de pelo azul nadando desnudas con delfines, buceando para ver corales; jóvenes caminantes sobre musgo fresco y plantas exuberantes en el Valle inundado... …Planetas desconocidos, nebulosas, supernovas, lunas altas, elfos del bosque, unicornios y narvales…*
Michio Koki se llenó de una honda conmiseración por esa joven enigmática, tan linda como una princesa, tan desquiciada como la demencia misma.
Durante un asombroso segundo, al verla tan concentrada y feliz en su actividad, Koki sintió la curiosidad de asomarse a la grieta; pero luego el confuso cyborg sacudió la cabeza, molesto con su propia cordura vacilante, y se forzó a salir de la construcción y alejarse de su enclaustrada habitante, ilusionada en su recoveco. Un ambiente de alucinación, de agobiante pesadilla, oprimía a Koki, estando en aquel lugar extravagante: el calor sordo del sol en todo lo alto, el seco viento ululante, susurrador de quimeras, las estatuas de cristal que se veían por doquier en caprichosas posiciones, como los participantes de una fantástica danza; y por encima de todo los sonidos de júbilo y asombro de la joven demente en la construcción derruida.
MIchio Koki se intoxicó de toda esa irrealidad, el mundo tangible comenzó a tambalearse ante sus sentidos alterados, se llevó los puños a las sienes, frunciendo el duro rostro: repitió su nombre y el de Cinthya; el de Andrew y el de Lain; varias veces a fin de no caer definitivamente en los abismos del delirio sin retorno, luchando por recuperar su razón rebasada. En ese momento se sintió levantado en vilo; ante esa violencia inesperada él se debatió, pero el brutal abrazo se hizo tan ceñido que Koki empezó a ver borroso; se ahogaba. Alcanzó a ver frente a sí a una mujer albina y calva, inmensamente gorda, desnuda y con una mascarilla anti-gas puesta en el rostro mofletudo. Otra mujer idéntica era la que lo sofocaba casi hasta la extenuación; Koki advirtió también a un hombrecillo sin brazos, ni piernas; su rostro de rasgos asiáticos, y al igual que el mutilado cuerpo, cubierto por entero de piercings y de tatuajes; se adornaba además con un penacho de plumas de correcaminos y patas de alacrán. Vociferaba palabras sueltas en esperanto agitando las mandíbulas grotescamente, y bamboleaba su insignificante figura sobre un alto carromato de madera y de huesos, cargado de cientos de hongos verdoso-fosforescentes. Como obedeciendo a una orden del hombrecillo, una de las inmensas mujeres tomó un puñado de hongos y los exprimió dolosamente sobre el rostro de Koki.
Allí empezó la real pesadilla.
***
Durante días enteros Koki había sido obligado a acompañar a las gigantescas mujeres albinas en la tarea de jalar del carrito del hombrecillo sin extremidades. Embrutecidos por las dosis periódicas de hongos fosforescentes establecidas por el pequeño tirano, las tres “bestias” de carga accedían colocarse sobre los genitales unos complicados electrodos que con cables delgados de colores varios se conducían y conectaban con las mandíbulas del hombrecillo y de allí a una pequeña mochila que este cargaba siempre en sus hombros nimios; de esta manera podía controlar a su antojo, a través de las gesticulaciones de su rostro aniñado y a fuerza de dolorosas y potentes descargas de energía, las voluntades de las tres mujeres y de Michio Koki.
Los tres esclavos iban desnudos bajo el inclemente sol, y corrían sin descanso llevando el carro del Chino “costal”, -como Koki rencorosamente lo bautizó en su profundo y lúcido ser, cautivo en la superficie- girando furiosamente alrededor del cráter, y de la pequeña ciudad del tiempo perdido, en el centro del mismo. Iban siempre en el sentido de las manecillas del reloj, y Koki aún drogado, supo porque lo disponía así el Chino: lo que el pequeño tirano buscaba era, cual si fuera un patético héroe metafísico, el revivir al tiempo fenecido del pueblo, darle vida nueva al correr de los segundos por medio de los tortuosas revoluciones de su monstruoso carruaje, como si se tratara de la hazaña imposible del alucinado minutero de un inmenso reloj circular- el cráter mismo que envolvía al pueblo de cristal , en su eterna inmovilidad.
Durante el día giros fatigosos, descargas eléctricas y dosis de hongos.
Por las noches Koki, en la morada de huesos y plumas de correcaminos del Chino “costal” , situada en el huerto de hongos fosforescentes, en un lado del cráter, se ocupaba de la higiene de su pequeño torturador, y también de saciar los voraces apetitos sexuales, de las mujeres ballena, ya que ambas obesas gustaban de practicar experimentos eróticos entre sí y utilizando además al obligado Koki, una y otra vez, hasta que el cyborg gemía de dolor exhausto y sofocado bajo el peso de esos cuerpos fofos y blancuzcos, llenos de lunares de impreciso tono.
Koki deseaba la muerte ante ese cautiverio brutal y extremo.
Una noche, la que él aguardaba desde hace tiempo, al notar un extraño cúmulo de nubes negras y cargadas en el cielo nocturno, y ante el inequívoco olor de nitrógeno líquido, que llegaba hasta él desde las dilatadas alturas, Koki supo que por fin había llegado su momento: el clima alterado genéticamente por oscuras y desconocidas milicias, volvería pronto a hacer de las suyas en aquél territorio devastado.
Koki no perdió más tiempo, aún babeando y con los ojos semicerrados por su estado de conciencia estimulado al límite, se acercó con sigilo a las mujeres ballena que dormían y las obligo con rapidez inaudita y desesperada a comer puñados de hongos, metiéndoselos en sus bocas, desprotegidas sin las mascaras de antigás que se retiraban al dormir. Los chillidos porcinos de las mujeres y su ímpetu combativo no fueron suficientes para derrotar a un Koki desesperado y dispuesto a todo. Las unció al carruaje cuando ya la droga las tranquilizaba un tanto. Luego tomo al pequeño Chino mutilado que en su angustia quiso morderlo, por lo que Koki lo arrojó sin miramientos y de cabeza a su lugar en el carromato.
Antes de ponerlo en marcha Koki, que había hallado sus ropas sustraídas y ocultas, y que ahora ya portaba, sacó de su bolsillo la cabecita de la paloma rota con su ojo indignado. La echó dentro del carrito e inclinándose le dijo con voz gutural y rencorosa al Chino “costal” que se estremecía de pavor:
-Para lograr lo que te propones; para ti, el camino es por el sentido contrario…
Y dando dos poderosos manotazos en las gigantescas nalgas gelatinosas de las mujeres-corcel, mismas que estremecidas de dolor- placer, emprendieron una loca fuga alrededor del cráter, en sentido opuesto a las manecillas del reloj y con el Chino sin extremidades agitándose impotente, ante la carrera desbocada, y maldiciendo en esperanto con tal agonía en su timbre de infante, que se escuchó mucho después que la curva del cráter, los ocultó de la vista de Koki.
Las primeras gotas de la lluvia petrificadora comenzaron a caer del cielo negro y caótico. Koki, tambaleante, corrió hacia la construcción ruinosa, en el centro del pueblo, el centro del tiempo perdido de la pequeña ciudad sin nombre; justo allí donde había encontrado a la joven hermosa que se asomaba al paraíso por la grieta de un muro enmohecido. Cuando arribó allí, al cuartucho, miró en su interior en semipenumbras, únicamente iluminado por el resplandor de los relámpagos furiosos. Estaba vacío: la “princesa” extraviada no estaba más ahí. La singular grieta en el muro, la rendija a otro mundo, parecía adquirir a los ojos perturbados y enrojecidos de llanto de Koki, la forma de una sonrisa burlona e inclemente. Agobiado por la ausencia de la muchacha y el dolor y la humillación sufridos en esa temporada en el infierno, Koki se derrumbó en el piso de la habitación desocupada, y golpeó con sus puños la arena del suelo. Sollozó amargamente.
Luego se incorporó y con rabia y frenesí fue a asomarse a la grieta. La tormenta rugía en el exterior, Koki, casi enloquecido ya, soltaba puñetazos contra el muro de la grieta, que se cuarteó dolorosamente, y luego de varios impactos acompañados de maldiciones frenéticas, se vino abajo por fin. De rodillas y sin fuerza ahora, mirando la salida de la pesadilla, más allá del muro derruido, una prolongación insospechada de aquél edificio, Koki leyó entonces un letrero metálico con letras blancas que decía:
DEPOSITO ESPECIAL: BIBLIOTECA ALAMUT
Luego de reír y llorar al mismo tiempo, un tiempo que parecía por fin rescatado, Koki se serenó, sacudió la arena de sus ropas, y recobrando por completo el sentido y el control de su ser, suspiró y se internó en Alamut.
Afuera, en la oscuridad, ya era de nuevo el silencio.
*Ver el capítulo XV de Extropía: Los límites se dilatan, Ayanami, se rasgan las fronteras de AlTerra, escrito por Cosmodelia: aquí se tomó y se adaptó un pasaje de esa obra.
www.escritorium.com/extropia/3356/cosmodelia-/los-limites-se-dilatan-ayanami-se-rasgan-las-fronteras-de-alterra/
extropia.escritorium.com
Imagen de obra de Ives Tanguy tomada de:
http://www.artdaily.com/Fotos/galerias/208/YvesTanguy.jpg
Así decía el letrero sucio y carcomido justo a las afueras de aquel pueblo del oeste, donde se localizaban presumiblemente los restos de la Biblioteca Alamut ansiados por Michio Koki. El cyborg ocultó su spinner en un hoyo que practicó entre la arena del desierto, y que cubrió con matorrales dispersos. Koki se aproximó luego, a los bordes del cráter enorme. El pueblito se encontraba justo en el centro de aquel enorme agujero, caprichosamente definido en su circularidad. Bajó hasta allí con ciertos trabajos. Mientras lo hacía, divisó a la distancia a mucha gente inmersa en su cotidiana actividad provincial. Pero conforme descendía, el ambiente se tornaba enrarecido y turbio. Y sin embargo las personas estaban allí, como si nada, en las calles y también asomadas por las ventanas de las casas. Cuando Koki pisó, por fin, el pueblo silencioso, algo crujió bajo el peso de su bota industrial. Miró a sus pies: allí yacía una blanca paloma hecha pedazos, por su pisada. ¿Cómo había sido eso posible?
Entonces estudió de nuevo a las personas del lugar: de entre la muchedumbre se concentró en una niña persiguiendo a un perrito; unas señoras con bolsas de compras al brazo y sonriendo entre sí; un policía severo dirigiendo un tráfico demasiado tranquilo…
Koki se percató de que todos los habitantes visibles del pueblo estaban petrificados, cual si hubiesen sido congelados en cierto momento del tiempo. Deambuló luego, por entre las calles calmas de aquél sitio espeluznante. Lo que hubiera sucedido allí parecería haber sorprendido a esas personas, como si hubiesen sido fijadas en ese limbo impensable, sin darse cuenta, mientras se ocupaban de sus más comunes actividades. Era un pequeño mundo de cristal, triste y extraordinario. Cuando Koki retornó al lugar donde reposaba el cuerpo roto de la paloma, se inclinó y llevó a sus manos la suave y blanca cabecita, cuyo único ojo negro y dolorido parecía centrar su mirada ciega en Michio Koki, con dolorido reproche. Impulsado por una súbita ternura, besó la diminuta cabeza emplumada. Fue entonces que percibió el olor a nitrógeno líquido, y pasmado, comprendió todo.
Conmovido y asqueado por la desventurada suerte que había padecido aquella comunidad grotesca de “conejillos de Indias”, Koki se internó otra vez en aquel pequeño laberinto de construcciones bajas erosionado por el viento y la arena. De pronto, justo en el centro del pueblo, dentro de una sombría construcción en ruinas, escuchó murmullos. Penetró en al ámbito misterioso y semivacío: alguien estaba allí, de cara contra la esquina formada por unos muros estropeados, en una esquina del habitáculo sucio y con inmundicias desperdigadas. Esta persona se asomaba con ansiedad a una grieta torcida del muro, como si quisiera desesperadamente mirar a través de ella, buscando algo imperiosamente. Koki intrigado se acercó y le puso la mano en el hombro trémulo, quiso hablarle. Cuando la persona se volvió hacia él, Koki pudo contemplar a la mujer más hermosa que jamás halló en su vida; más aún que su Cinthya; esplendorosa aún
desarrapada y con una falta de aseo evidente. Ella le contó entre suspiros y tartamudeos, que por entre la grieta se podía uno asomar a un mundo de:
-Estructuras bellas y extrañas, cielos de plasma lavanda, robots árbol formando bosques inteligentes, androides sirena de ojos violeta y figura escultural, hipnóticas máquinas de deseo ... Nuevas formas que alcanzan el campo de fuerza extrópica… puntos brillantes encima del horizonte, como joyas de luz. Niñas de pelo azul nadando desnudas con delfines, buceando para ver corales; jóvenes caminantes sobre musgo fresco y plantas exuberantes en el Valle inundado... …Planetas desconocidos, nebulosas, supernovas, lunas altas, elfos del bosque, unicornios y narvales…*
Michio Koki se llenó de una honda conmiseración por esa joven enigmática, tan linda como una princesa, tan desquiciada como la demencia misma.
Durante un asombroso segundo, al verla tan concentrada y feliz en su actividad, Koki sintió la curiosidad de asomarse a la grieta; pero luego el confuso cyborg sacudió la cabeza, molesto con su propia cordura vacilante, y se forzó a salir de la construcción y alejarse de su enclaustrada habitante, ilusionada en su recoveco. Un ambiente de alucinación, de agobiante pesadilla, oprimía a Koki, estando en aquel lugar extravagante: el calor sordo del sol en todo lo alto, el seco viento ululante, susurrador de quimeras, las estatuas de cristal que se veían por doquier en caprichosas posiciones, como los participantes de una fantástica danza; y por encima de todo los sonidos de júbilo y asombro de la joven demente en la construcción derruida.
MIchio Koki se intoxicó de toda esa irrealidad, el mundo tangible comenzó a tambalearse ante sus sentidos alterados, se llevó los puños a las sienes, frunciendo el duro rostro: repitió su nombre y el de Cinthya; el de Andrew y el de Lain; varias veces a fin de no caer definitivamente en los abismos del delirio sin retorno, luchando por recuperar su razón rebasada. En ese momento se sintió levantado en vilo; ante esa violencia inesperada él se debatió, pero el brutal abrazo se hizo tan ceñido que Koki empezó a ver borroso; se ahogaba. Alcanzó a ver frente a sí a una mujer albina y calva, inmensamente gorda, desnuda y con una mascarilla anti-gas puesta en el rostro mofletudo. Otra mujer idéntica era la que lo sofocaba casi hasta la extenuación; Koki advirtió también a un hombrecillo sin brazos, ni piernas; su rostro de rasgos asiáticos, y al igual que el mutilado cuerpo, cubierto por entero de piercings y de tatuajes; se adornaba además con un penacho de plumas de correcaminos y patas de alacrán. Vociferaba palabras sueltas en esperanto agitando las mandíbulas grotescamente, y bamboleaba su insignificante figura sobre un alto carromato de madera y de huesos, cargado de cientos de hongos verdoso-fosforescentes. Como obedeciendo a una orden del hombrecillo, una de las inmensas mujeres tomó un puñado de hongos y los exprimió dolosamente sobre el rostro de Koki.
Allí empezó la real pesadilla.
***
Durante días enteros Koki había sido obligado a acompañar a las gigantescas mujeres albinas en la tarea de jalar del carrito del hombrecillo sin extremidades. Embrutecidos por las dosis periódicas de hongos fosforescentes establecidas por el pequeño tirano, las tres “bestias” de carga accedían colocarse sobre los genitales unos complicados electrodos que con cables delgados de colores varios se conducían y conectaban con las mandíbulas del hombrecillo y de allí a una pequeña mochila que este cargaba siempre en sus hombros nimios; de esta manera podía controlar a su antojo, a través de las gesticulaciones de su rostro aniñado y a fuerza de dolorosas y potentes descargas de energía, las voluntades de las tres mujeres y de Michio Koki.
Los tres esclavos iban desnudos bajo el inclemente sol, y corrían sin descanso llevando el carro del Chino “costal”, -como Koki rencorosamente lo bautizó en su profundo y lúcido ser, cautivo en la superficie- girando furiosamente alrededor del cráter, y de la pequeña ciudad del tiempo perdido, en el centro del mismo. Iban siempre en el sentido de las manecillas del reloj, y Koki aún drogado, supo porque lo disponía así el Chino: lo que el pequeño tirano buscaba era, cual si fuera un patético héroe metafísico, el revivir al tiempo fenecido del pueblo, darle vida nueva al correr de los segundos por medio de los tortuosas revoluciones de su monstruoso carruaje, como si se tratara de la hazaña imposible del alucinado minutero de un inmenso reloj circular- el cráter mismo que envolvía al pueblo de cristal , en su eterna inmovilidad.
Durante el día giros fatigosos, descargas eléctricas y dosis de hongos.
Por las noches Koki, en la morada de huesos y plumas de correcaminos del Chino “costal” , situada en el huerto de hongos fosforescentes, en un lado del cráter, se ocupaba de la higiene de su pequeño torturador, y también de saciar los voraces apetitos sexuales, de las mujeres ballena, ya que ambas obesas gustaban de practicar experimentos eróticos entre sí y utilizando además al obligado Koki, una y otra vez, hasta que el cyborg gemía de dolor exhausto y sofocado bajo el peso de esos cuerpos fofos y blancuzcos, llenos de lunares de impreciso tono.
Koki deseaba la muerte ante ese cautiverio brutal y extremo.
Una noche, la que él aguardaba desde hace tiempo, al notar un extraño cúmulo de nubes negras y cargadas en el cielo nocturno, y ante el inequívoco olor de nitrógeno líquido, que llegaba hasta él desde las dilatadas alturas, Koki supo que por fin había llegado su momento: el clima alterado genéticamente por oscuras y desconocidas milicias, volvería pronto a hacer de las suyas en aquél territorio devastado.
Koki no perdió más tiempo, aún babeando y con los ojos semicerrados por su estado de conciencia estimulado al límite, se acercó con sigilo a las mujeres ballena que dormían y las obligo con rapidez inaudita y desesperada a comer puñados de hongos, metiéndoselos en sus bocas, desprotegidas sin las mascaras de antigás que se retiraban al dormir. Los chillidos porcinos de las mujeres y su ímpetu combativo no fueron suficientes para derrotar a un Koki desesperado y dispuesto a todo. Las unció al carruaje cuando ya la droga las tranquilizaba un tanto. Luego tomo al pequeño Chino mutilado que en su angustia quiso morderlo, por lo que Koki lo arrojó sin miramientos y de cabeza a su lugar en el carromato.
Antes de ponerlo en marcha Koki, que había hallado sus ropas sustraídas y ocultas, y que ahora ya portaba, sacó de su bolsillo la cabecita de la paloma rota con su ojo indignado. La echó dentro del carrito e inclinándose le dijo con voz gutural y rencorosa al Chino “costal” que se estremecía de pavor:
-Para lograr lo que te propones; para ti, el camino es por el sentido contrario…
Y dando dos poderosos manotazos en las gigantescas nalgas gelatinosas de las mujeres-corcel, mismas que estremecidas de dolor- placer, emprendieron una loca fuga alrededor del cráter, en sentido opuesto a las manecillas del reloj y con el Chino sin extremidades agitándose impotente, ante la carrera desbocada, y maldiciendo en esperanto con tal agonía en su timbre de infante, que se escuchó mucho después que la curva del cráter, los ocultó de la vista de Koki.
Las primeras gotas de la lluvia petrificadora comenzaron a caer del cielo negro y caótico. Koki, tambaleante, corrió hacia la construcción ruinosa, en el centro del pueblo, el centro del tiempo perdido de la pequeña ciudad sin nombre; justo allí donde había encontrado a la joven hermosa que se asomaba al paraíso por la grieta de un muro enmohecido. Cuando arribó allí, al cuartucho, miró en su interior en semipenumbras, únicamente iluminado por el resplandor de los relámpagos furiosos. Estaba vacío: la “princesa” extraviada no estaba más ahí. La singular grieta en el muro, la rendija a otro mundo, parecía adquirir a los ojos perturbados y enrojecidos de llanto de Koki, la forma de una sonrisa burlona e inclemente. Agobiado por la ausencia de la muchacha y el dolor y la humillación sufridos en esa temporada en el infierno, Koki se derrumbó en el piso de la habitación desocupada, y golpeó con sus puños la arena del suelo. Sollozó amargamente.
Luego se incorporó y con rabia y frenesí fue a asomarse a la grieta. La tormenta rugía en el exterior, Koki, casi enloquecido ya, soltaba puñetazos contra el muro de la grieta, que se cuarteó dolorosamente, y luego de varios impactos acompañados de maldiciones frenéticas, se vino abajo por fin. De rodillas y sin fuerza ahora, mirando la salida de la pesadilla, más allá del muro derruido, una prolongación insospechada de aquél edificio, Koki leyó entonces un letrero metálico con letras blancas que decía:
DEPOSITO ESPECIAL: BIBLIOTECA ALAMUT
Luego de reír y llorar al mismo tiempo, un tiempo que parecía por fin rescatado, Koki se serenó, sacudió la arena de sus ropas, y recobrando por completo el sentido y el control de su ser, suspiró y se internó en Alamut.
Afuera, en la oscuridad, ya era de nuevo el silencio.
*Ver el capítulo XV de Extropía: Los límites se dilatan, Ayanami, se rasgan las fronteras de AlTerra, escrito por Cosmodelia: aquí se tomó y se adaptó un pasaje de esa obra.
www.escritorium.com/extropia/3356/cosmodelia-/los-limites-se-dilatan-ayanami-se-rasgan-las-fronteras-de-alterra/
extropia.escritorium.com
Imagen de obra de Ives Tanguy tomada de:
http://www.artdaily.com/Fotos/galerias/208/YvesTanguy.jpg
No hay comentarios:
Publicar un comentario