Conferencia pronunciada en la convención de cf de Metz (1977)
Debo decirles cuánto aprecio que me hayan pedido compartir con ustedes
algunas de mis ideas. Un novelista suele llevar constantemente consigo aquello
que la mayoría de las mujeres llevan en su bolso: muchas cosas inútiles, algunos
utensilios esenciales, y también, para completar el peso, un montón de objetos
que pueden situarse entre ambos extremos. Pero el escritor no transporta nada de
esto físicamente: sus posesiones son mentales. Añade aquí y allá una idea nueva
y completamente superflua; de tanto en tanto hace a regañadientes un poco de
limpieza y, derramando algunas lágrimas sentimentales, echa a la basura las
ideas más evidentemente sin valor. Pero, algunas pocas voces, cae por azar
sobre una idea totalmente increíble que espera se les aparecerá a todos los
demás tan nueva como se le aparece a él. Es esta categoría la que da dignidad a
su existencia. Pero, a lo largo de toda esa existencia, el escritor transmitirá a los
demás tan solo unas pocas de estas inapreciables ideas. Aunque eso será
suficiente: a través de ella habrá justificado su vida ante sí mismo y ante su Dios.
Un aspecto extraño de estas ideas raras y extraordinarias, un aspecto que
siempre me ha sorprendido, es que revisten, para aparecer, el engañoso manto de
la evidencia. Quiero decir que, una vez que las ideas han emergido o han
aparecido o han nacido, sea cual sea la forma en que una idea nace a la
existencia, el escritor se dice a sí mismo: «Pues claro. ¿Cómo me las he arreglado
para no darme cuenta antes?» Pero observen la expresión «darme cuenta». Es la
clave. Ha encontrado algo nuevo que al mismo tiempo estaba ya allá, en alguna
parte, desde siempre. En realidad, la idea simplemente ha salido a la superficie.
Porque siempre había estado ahí. No la ha inventado, ni siquiera la ha encontrado;
de algún modo, es ella quien lo ha encontrado a él. De hecho, y esto es un poco
inquietante, el escritor no ha inventado la cosa, sino que ha sido ella quien lo ha
inventado a él. Es como si la idea le hubiera creado para sus propios propósitos.
Creo que es por eso precisamente por lo que nos encontramos ante este
fenómeno bien conocido algunas veces en la historia una nueva idea sensacional
golpea exactamente al mismo tiempo a varios investigadores o a varios pen
sudores. Entonces decimos «su tiempo había llegado», y arreglamos así las
cosas, como si con ello lo hubiéramos explicado todo, desembarazándonos de
esta forma de nuestra toma de conciencia de que las ideas son algo vivo.
¿Qué quiero decir al afirmar, a propósito de una idea o de un pensamiento, que
está vivo? ¿El que aferra a los hombres y los utiliza a fin de aparecer en la
corriente de la historia humana? Los filósofo presocráticos tal vez tenían razón:
cosmos es una vasta entidad pensante. Y que no hace otra cosa más que pensar.
En este caso, una alternativa: lo que nosotros llamamos el universo es
simplemente una forma o un disfraz que toma esa entidad; o dicho de otro modo,
ella es en cierta forma el universo... Se pueden hallar muchas variaciones a este
punto de vista panteísta, y de todas ellas la que prefiero es la que imita
cuidadosamente el mundo que creemos percibir cada día, de modo que somos
engañados constantemente por ella. Este es el punto de vista de la más antigua
religión de la India; en cierto modo, es también la idea de Spinoza y de Alfred
North Whitehead: el concepto de un Dios inmanente, de un Dios en el interior del
universo, no el de una entidad trascendente que debido a ello no forma parte del
mundo. Como dice la máxima sufí: `
investigador está determinado a tratar a la gigantesca entidad imitadora del mismo
modo como un sabio trataría no importa qué otra cosa que tuviera que observar.
Hay por supuesto un problema; según su propia hipótesis, le es imposible detectar
al ser... una experiencia muy frustrante para él.
Pero introduzco también en mi obra a otra persona, desconocida de la primera;
ha conocido experiencias extrañas sobre las que no tiene ninguna teoría. De
hecho, ha encontrado a Sivainvi, que está reprogramándola. Es esta última
persona, que no es un sabio, con la que me identifico porque es, como yo, la que
empieza a rcencontrar recuerdos olvidados de otro mundo, cosa que no puede
explicar. Y no tiene ninguna teoría. Ninguna.
En la novela, aparezco yo mismo como personaje, bajo mi propio nombre. Soy
un escritor de ciencia ficción que ha aceptado un sustancioso anticipo para un
futuro libro y que debe ahora terminar la no. vela antes de una fecha fijada. En el
libro conozco a los dos hombres, Houston Paige, el investigador del gobierno con
su teoría, y Nicholas Brady, que sufre las indescriptibles experiencias. Empiezo a
servirme del material aportado por los dos personajes. Mi finalidad es simplemente
llegar a terminar mi obra en el tiempo señalado por el contrato. Pero, mientras
continúo escribiendo sobre la teoría de Houston Paige y sobre las experiencias de
Nicholas Brady, me doy cuenta poco a poco de que todas las piezas encajan las
unas en las otras. Así tengo en mis manos, en la novela, tanto la llave como la
cerradura, y soy el único en poder hacerlo.
Seguramente se darán ustedes cuenta de que es inevitable el que en uno u otro
momento Houston Page y Nicholas Brady se encuentren. Pero esta entrevista
tiene un efecto extraño sobre Houston Paige, el teórico. Cuando obtiene la
confirmación de su teoría Paige sufre los efectos de una crisis psicótica completa.
Podía imaginar, pero no podía creer. La teoría ingeniosa se halla disociada en su
cabeza de la realidad. Y es una intuición en la cual creo firmemente: muchos entre
nosotros creen en Sivainvi o en Dios o en Brahma o en el Programador, pero si
alguna vez lo encontráramos realmente, no podríamos soportarlo. Seria como un
niño vuelto loco por Papá Noel. Habría podido soportar la espera y la esperanza,
habría podido rezar, habría podido desear habría podido suponer, imaginar e
incluso creer; pero la manifestación real... es demasiado para nuestros minúsculos
circuitos. Y sin embargo, el niño crece, y he aquí el hombre. Y los circuitos crecen
también. ¿Pero puede uno recordar un mundo diferente y rechazado?
¿Puede uno percibir el gran espíritu lleno de proyectos que consigue esta
abolición, que llega a desenredar los hilos del mal?
Una cosa que me gustaría que supieran ustedes es que me doy cuenta de lo
que afirmo. Pretendo haber desenterrado los recuerdos escondidos de un
presente anterior y-haber captado al agente responsable de esta alteración...
estas afirmaciones no pueden ser probadas ni siquiera presentadas de modo que
parezcan racionales. He pasado más de tres años esperando el momento en el
que pueda hablar a alguien que no sea un amigo muy íntimo de las experiencias
que se iniciaron en el equinoccio de primavera de 1974. Una de las razones que
me motivan a hablar finalmente en público, a hacer mis declaraciones al
descubierto, es un reciente encuentro con una mujer,que se parece a la
experiencia de Hawthorne Abendson en El hambre en el castillo con Juliana Frink.
Juliana ha leído el libro de Abendson sobre el mundo donde las fuerzas del Eje
han perdido la guerra, y se siente obligada a revelarle lo que ella comprende del
mismo. Esta escena final de El hambre en el castillo fue creo la fuente de un
encuentro similar en mi historia más reciente La fe de nuestros padres, donde la
hija Tania llega y desvela a los protagonistas la situación real... es decir que la
mayor parte de su mundo es ilusorio, y que esta ilusión es deliberada. Durante
varios años he tenido la sensación, creciendo en mi como una planta, de que un
día una mujer completamente desconocida me contactaría, me diría que tiene
informaciones que proporcionarme, aparecería inmediatamente a mi puerta, como
Juliana apareció en la de Abendson, y me diría de la forma más grave posible
exactamente lo que Juliana le dijo a Abendson... que mis libros, como los suyos,
eran en una cierta forma reales, literal o físicamente, no ficción, sino verdad. Y eso me ocurrió recientemente. Hablo de una mujer que leyó atentamente todas mis
novelas, del mismo modo que muchos de mis relatos. Vino; era completamente
desconocida para mí; y me informó. Al principio se sentía curiosa por saber si yo
era consciente de ello o al menos sospechaba la verdad. El juego del escondite
entre nosotros, el período de las preguntas vacilantes, duró tres semanas. Ella no
me informó directa o inmediatamente, sino con mucha suavidad, vigilando bien
cada paso sobre el camino de la comunicación, a fin de controlar mis reacciones.
Fue una tarea solemne para ella conducir su coche durante seiscientos kilómetros
para ir a visitar a un autor del que había leído numerosos libros: obras de ficción
surgidas de la imaginación del escritor, para decirle que existen mundos
superpuestos en los cuales vivimos, y no solo uno. Que estaba segura de que en
un cierto modo el autor estaba implicado en al menos uno de estos mundos, uno
de los que habían sido suprimidos en un momento del pasado, construido de
nuevo y después vuelto a situar en su sitio. Luego ella le preguntaba también si el
autor era consciente de la verdad. Fue un momento denso y feliz, aquel en el que
ella pudo al fin hablar francamente; no se decidió a ello hasta que estuvo segura
de que yo podía soportar la realidad. Pero yo hacía tres años ya que había
adoptado la posición teórica de que mis recuerdos eran auténticos, era solamente
una cuestión de tiempo antes de que se produjera un contacto, lento y lleno de
precauciones. Una persona que hubiera leído mis libros y, por una u otra razón,
hubiera deducido la verdad a través de ellos, tomaría la iniciativa. Habría
comprendido cuales eran las informaciones significativas dadas por mi obra. Ella
sabia, puesto que ella habla leído mis novelas, cuál era el mundo que yo había
conocido, entre todos los mundos posibles; lo que ella no podía determinar hasta
que yo se lo dijera, era que en febrero de 1975 yo habla pasado a un tercer
presente paralelo que llamaremos la pista C. Y este último era un jardín de paz y
de belleza, un mundo superior al nuestro en trance de nacer a la existencia. Pude
así hablarle de tres universos, no de dos: el mundo prisión que había sido, nuestro
mundo intermedio en el cual la guerra y la opresión existían aún pero había sido
en gran parte vencidas, y un tercer mundo paralelo que un día, cuando las
variables correctas de nuestro pasado hayan sido reprogramadas, se materializará
para superponerse a nuestro presente. Ese es el mundo en el que me había
despertado; cuando lo hagamos todos, será como si hubiéramos vivido siempre en
él; el recuerdo del mundo intermedio, como el del universo prisión, habrá sido
suprimido de nuestra memoria por una mano generosa.
Deben haber otras personas como esta mujer que han deducido de evidencias
internas en mis escritos, del mismo modo que de sus propios vestigios de
recuerdos, que el paisaje que describo como ficticio es o ha sido literalmente real,
y que si una realidad sombría ha podido ocupar una vez el espacio que habitamos,
es razonable pensar que el proceso de reparación del tejido no se detendrá ahí;
este no es el mejor de los mundos posibles, como tampoco es el peor. Esta mujer
no me dijo nada que yo ya no supiera, pero llegando por un camino independiente
a conclusiones idénticas, me dio el valor de hablar, de revelar todo esto aún
sabiendo que no conocía la forma de verificar mis afirmaciones. Lo mejor que
puedo hacer, mientras espero, es representar el papel de profeta, de los viejos
profetas y de los oráculos como la Sibila de Delfos, y hablar de un jardín
maravilloso que se parece mucho a aquel en el que nuestros antepasados vivieron
al parecer... de hecho, imagino a veces que este mundo es exactamente el mismo,
que ha sido restaurado. Como si una falsa trayectoria pudiera un día ser corregido
completamente y nos encontráramos una vez más allá donde estábamos hace
miles de años, para vivir y ser felices. Durante los cortos instantes en que rocé el
suelo de ese jardín, tuve la impresión muy clara de que era el hogar legitimo que
un día habíamos perdido. No permanecí allí mucho tiempo... aproximadamente
seis horas de tiempo real. Pero lo recuerdo muy bien. En la novela que escribí con
Roger Zelazny, Deus Irae, lo describo hacia el final, en el momento en que la
maldición arrojada sobre el mundo es alzada por la muerte y la transfiguración del
encolerizado Dios. Lo que más me sorprendió en ese mundo jardín, en esa pista
C, son los elementos paganos que lo constituyen; no era lo que mi educación
cristiana me había preparado a esperar. Incluso cuando empezó a desaparecer,
seguí viendo el cielo. Vi la tierra y una enorme extensión de agua calmada y
oscura, y muy cerca se hallaba una mujer muy hermosa, desnuda, a la que
reconocí como Afrodita. En aquel momento, este otro mundo mejor había
disminuido hasta no ser más que un paisaje percibido a través de una puerta de
dorado umbral; los contornos de la entrada pulsaban con una luz láser, y por
desgracia disminuyeron y desaparecieron finalmente de mi vista; la puerta se
había devorado a sí misma hasta no ser nada, sellando lo que habla más allá. No
he vuelto a verla luego, pero tengo la firme impresión de que era el próximo
mundo... no el de los cristianos sino la Arcadia de los grecorromanos, algo más
viejo y más hermoso que lo que mi propia religión puede conjurar para
mantenernos en un estado de fe y de moral escrupulosas. Lo que vi era muy
antiguo y muy hermoso. El cielo, el mar, la tierra, aquella mujer maravillosa, y
luego nada, puesto que la puerta se habla cerrado y yo me había quedado
prisionero aquí. La vi alejarse con una profunda sensación de pérdida... la vi partir,
puesto que todas las cosas giraban en torno a ella. Cuando miré en mi
Enciclopedia Británica para ver lo que podía aprender sobre Afrodita, descubrí que
no solo era la diosa del amor erótico y de la perfecta belleza estética, sino también la encarnación de las fuerzas generativas de la propia vida; su origen no era además griego: al principio habla sido una divinidad semita, retomada más tarde
por los griegos, que sabían tomar las cosas buenas cuando las veían pasar.
Durante aquellas horas maravillosas, lo que vi en ella fue una belleza que le falta
en comparación a nuestra religión cristiana: una increíble simetría, la armonía
palintona de la que habla Heráclito: la perfecta tensión de las fuerzas que se
equilibran en la lira que esta encorvada por la tensión de las cuerdas pero parece
completamente inmóvil, completamente en reposo. Y sin embargo la tensión de la
lira es un equilibrio dinámico, que permanece inmóvil tan solo porque sus
tensiones internas se anulan absolutamente. Esta es la cualidad de la belleza
según los griegos: una perfeción cuya dinámica es interior y que sin embargo
parece inmóvil desde fuera. Contra esta armonía palintona, el universo opone el
otro principio estético integrado en la lira griega: la armonia palintropa que
caracteriza la oscilación de delante a atrás de las cuerdas al ser pulsadas. No vi a
Afrodita como eso, y quizá el principio de oscilación continua sea el ritmo más
profundo y más vasto del universo, el de las cosas que vienen a la existencia para
desaparecer pronto; el del cambio por oposición a la estasis. Pero durante un
momento vi la paz perfecta, el reposo total, un pasado que hablamos perdido y
que regresaba a nosotros por efecto de una oscilación lenta, para presentarse a
nosotros como nuestro futuro, aquel en que todas las cosas serán restauradas.
En el Antiguo Testamento existe un pasaje fascinante en el cual Dios dice:
«Puesto que modelo un nuevo paraíso y una nueva tierra, donde el recuerdo de
las cosas desaparecidas no entrará en el espíritu y no turbará los corazones».
Cuando releo este pasaje, me digo: creo conocer un gran secreto. Cuando el
trabajo de restauración estará terminado, no nos acordaremos de las tiranías, de
la cruel barbarie de la Tierra donde habitábamos; puesto que el texto dice que nos
será dado el olvido. Y si «nuestro corazón no debe ser turbado», es que el
inmenso depósito del sufrimiento, del pesar y de la pérdida será borrado de
nuestro interior como si jamás hubiera existido. Creo que este proceso se halla activo en este momento, que siempre ha estado activo en este momento. Y, gracias a Dios, hemos sido ya autorizados a olvidar lo que fue. Entonces quizá esté equivocado, en mis novelas y en mis relatos, empujándoles a ustedes al recuerdo.
Texto tomado de:
http://babel.webcindario.com/docs/Philip%20K%20Dick%20-%20Si%20encuentran%20ustedes%20este%20mundo%20malo.pdf.
Imagen de obra de Kay sage tomada de:http://www.wsu.edu/~fa308310/fa310/p15.jpg
2 comentarios:
Estimado Jesús Ademir:
Impresionante testimonio de todo un personaje. Philip K. Dick al que me debo muchas de sus lecturas.
Gracias por mostrarnos su compleja y extraordinaria personalidad.
Un saludo
Lilia
Gracias Jesus por publicar esta conferencia. Tambien son admirador de Dick, en mis blogs lo he incluido, te invito a verlos. Saludos
http://labuhardilladejose.blogspot.com/2009/07/la-niebla-interior.html
http://labuhardilladejose.blogspot.com/
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